Las apariencias engañan, lo es bien sabido por todos; quien se deja llevar por éstas, siempre perderá. Los ojos no siempre nos llevan hasta el meollo del asunto, guiarnos por estereotipos nos hará topar contra pared. Pensar que alguien es de alguna manera por su apariencia física es tan absurdo como juzgar un libro por su portada sin haber leído nada de éste.
En el post de la semana pasada escribí sobre la escritora de Canadá, Shari Lapena. Si nos dejamos llevar por las fotos que hay de ella pensaríamos que es una señora encantadora, llena de paz que no piensa en cosas feas; en su literatura predominan el misterio y los asesinatos.
Uno de mis directores de cine favoritos es el estadounidense Woody Allen. He visto muchas de sus películas pero una de mis predilectas es Manhattan de 1979. Los personajes de Allen, también actor, y Diane Keaton tienen varias charlas caminando por Nueva York. En una de esas pláticas, Keaton le cuenta de una pareja que tuvo y era una bestia sexual. En una escena posterior, encuentran a ese semental. La sorpresa de Allen es mayúscula cuando ese Romeo resultó ser bajito, pelón y feo (la imagen del post está tomada de esa escena). Cuando el gran amante se retira, Allen le reprocha a Keaton, diciéndole que le había mentido. Keaton lo fulmina cuando le comenta que ella nunca dijo que fuera guapo. Creemos que un gran amante debe de ser físicamente atractivo, lo cual no siempre sucede.
Una amiga tuvo un novio que era guapísimo, parecía ser el hombre perfecto. Duraron poco. Cuando la vi, le pregunté con cautela cómo estaba, pensando que estaría destrozada. Mi sorpresa fue muy grande porque ella fue quien lo terminó. Era aburridísimo, inseguro y el sexo no podía ser peor.
La lección es clara y contundente; no todo es lo que parece.
Saludos intergalácticos.
Foto:
https://www.theguardian.com/stage/2015/jan/19/wallace-shawn-interview-the-fever