Este año tengo 4 bodas en puerta para los primeros 6 meses. Las mujeres saben que eso puede ser crisis porque significa que hay que hacerse la pregunta de ¿qué me voy a poner? Los hombres se ponen un traje y listo. Pueden repetir cuantas veces quieran. Las mujeres no tanto. Afortunadamente las 4 bodas son con grupos sociales completamente diferentes así que repetir en algunas podría ser una opción.
Así fue como comenzó la búsqueda del vestido perfecto. Este vestido tenía que cumplir con ciertas características básicas como las siguientes: tenía que ser cómodo (no me gusta sufrir), tenía que servir para una boda de etiqueta rigurosa, otra boda de noche formal (y de paso una boda en la tarde y formal), me tenía que quedar perfecto porque no había tiempo para hacer arreglos, le tenía que gustar a una de mis mejores amigas (futura novia) para poderlo usar en su boda también, tenía que cumplir con un presupuesto y tenía que combinar con un par de zapatos que tengo que son los más cómodos para bodas. Nada más.
No soy muy fan de postergar pero con el afán de esperar las rebajas de enero me esperé y el tiempo se me vino encima. Estaba a una semana de la primera boda y no encontraba nada. Tuve que meterle velocidad así que toda la semana pasada me la viví de tienda en tienda en mis horas libres. Me probé fácil 50 vestidos y ninguno me quedaba. El viernes en la tarde entré en crisis.
Entré en crisis porque nada me gustaba y sobre todo porque nada me quedaba bien. Para mi sorpresa los abusos de comida de Diciembre y mi resistencia de hacer ejercicio estaban cobrando factura y me veía bastante ancha en la mayoría de los vestidos. Cosa que me sorprendió bastante porque no me sentía tan fuera de peso. El viernes en la noche, derrotada y agotada cené atún (sin galletitas ricas), un vaso de agua y me fui a dormir deseando que en la noche llegara un hada madrina y me dejara el vestido perfecto en mi vestidor.
El sábado a las 9:50 am había tomado una decisión. Iba a tomar mis propios consejos sobre las compras de emergencia e iba a encontrar ese maldito vestido. Decidí también que no estaba gorda y que en efecto tenía que hacer un esfuerzo por mover más mi cuerpo, incorporar verduras, reducir harinas y azúcar, pero que mi cuerpo estaba increíble y que yo no tenía que moldear mi vida para que un pedazo de tela se me viera bien. Tenía que ser al revés. Tenía que encontrar un pedazo de tela que se viera bien en mí.
Con esa mentalidad más sana, desayuné huevos pochados en vez de estrellados, té en vez de jugo y verduras en vez de pan. Me fui muy determinada al centro comercial y me dije a mi misma que tenía 3 horas para encontrar el vestido perfecto. Invoqué a todos los santos de vestidos y a las 11:03 empecé la travesía.
Me probé todo (TODO) lo que había en mi talla. Pasé 40 minutos seleccionando 15 vestidos y una hora y media en el vestidor. Salí con el vestido triunfal antes de las 3 horas.
Lo curioso es que al final me di cuenta que mi travesía por algo tan mundano se convirtió en una lección de vida que espero que no se me olvide (tengo muy mala memoria). Aprendí que lo más importante es querernos. Que si no hubiera aceptado mi cuerpo con sus pequeñas imperfecciones me hubiera peleado conmigo misma y estaría trabajando en mi contra y no a favor. Acepté mi cuerpo como estaba y busqué algo que se me viera bien. Muchas veces intento buscar la manera de adaptarme yo a las situaciones sacrificando mi esencia y mi verdadero yo. En esta batalla gané yo y usé los elementos a mi favor y no en contra. Mi vestido fue mi aliado. Me sentí súper segura y cómoda, lo que me ayudó a pasar un rato increíble en la boda, comiendo rico, bailando y celebrando la vida con amigos.
Saludos bien vestidos,
La Citadina.