Ayer me preguntaba una amiga que por qué lo hacía y mi respuesta fue una serie de datos duros con los cuales le explicaba beneficios nutricionales, de bienestar y salud. Al final no la noté tan convencida con mi causa y la verdad es que yo tampoco estaba tan convencida de que lo estuviera haciendo por las razones que le daba.
Claro que ha sido una iniciativa que empezó con un pretexto de salud pero mientras más lo pienso más me doy cuenta que no tiene tanto que ver con esto. Este año ha sido un año de hacer las cosas en automático, por inercia, por necesidad, por instinto de supervivencia y sobre todo a pesar de mí. Todo lo he tenido que hacer con un poco de resistencia de mi misma. Claro que ha sido cansado pero ha sido la manera en la que he logrado sobrevivir.
Dejar de comer azúcar ha sido algo que he tenido que hacer 100% presente y en equipo. Mi mente, mi cuerpo y mi alma han estado trabajando día y noche sobre este reto. Pensé que a duras penas iba a llegar a 1 semana y voy por la segunda. La meta la tengo clara pero no la quiero pensar mucho, porque hacerlo me hace pensar en el futuro y para que esto funcione me tengo que quedar en el hoy.
He tenido que hacer una gran alianza con mi mente y curiosamente los pensamientos negativos se han quedado en la banca (por ahora) y se entretienen viendo el juego. Ha sido lo más difícil y al mismo tiempo lo más fácil. Difícil porque mi cuerpo lo resiente y la he pasado muy mal. Fácil porque simplemente he quitado el azúcar de la ecuación y no me complico en la indecisión: azúcar = no.
Mientras paso físicamente por la crisis curativa en la que he sentido de todo (dolores de cabeza, gripa, dolor de cuerpo, agitación, ansiedad, irritabilidad, etc) no puedo evitar pensar que esto es lo que necesitaba para regresar a mi vida, regresar a mi cuerpo y estar consciente del día a día.
Saludos sin azúcar,
La Citadina.