Muerte

Pensar en lo que publicaré cada lunes es complicado. Mi mentor y amigo Martin del Palacio a quien admiro profesional y personalmente me recalca constantemente que no se trata de contar una historia por contarla, hay que transmitir y generar emociones en quien nos lee. Quien escribe debe de hacerlo de temáticas universales. Me encontraba en el AICM esperando un vuelo a Mazatlán, chateaba con Martin, me dijo: tuviste una near death experience, la gente quiere saber que se siente vivir algo así.

Me quedé pensando sobre el significado de la vida y la muerte. En 2014 estuve tres días en coma y me cardiovirtieron, mi corazón estaba desbocado y mediante descargas eléctricas los médicos lo regresaron a su ritmo habitual. Cuando desperté olía a pollo quemado y parecía que me habían puesto una plancha hirviendo en el pecho. Todo era borroso, veía caras desconocidas, estaba intubado y tenía los testículos más grandes del universo, una cosa maravillosa.

El lunes 18 de agosto del 2014 mi cuerpo resentía una resaca de cinco días de fiesta. Llevaba tiempo sin dormir bien, el insomnio me estaba matando. Dice Xavier Velasco que sólo hay algo peor que un mal día y es una mala noche, yo llevaba más de diez malas noches en fila. Ese lunes en la oficina estaba destrozado; temblaba, tenía pánico y sentía que todos conspiraban en mi contra. Tomé tres expresos (mal hecho), comí dos manzanas y después nadé dos kilometros en la piscina Sant Jordi. Mi mente iba a mil por hora, mi cuerpo pedía esquina.

Llegué al piso donde vivía, comí y me fui al Camp Nou para ver al Barcelona contra el León, la despedida de Rafa Marquez. No disfruté el partido, yo tenía pavor. Sentía que el estadio se me venía encima. Estaba en donde siempre había querido estar y no lo estaba disfrutando, estaba sufriendo. Cada gol era como una puñalada, un martirio para mi. Los seis goles sin respuesta que recibió el cuadro mexicano fueron el preámbulo de lo que me sucedió. Salí del estadio y sudaba frío. En el metro la pasé mal, me faltaba el aire y me sobraba el miedo. Al llegar al piso, tomé unas pastillas para dormir, me acosté y cerré los ojos. La dosis no fue la correcta, desperté el jueves 21 de agosto del 2014.

Cuando desperté sentí que salía del mar, me estaba ahogando y nadé hacía la superficie. Abrí los ojos y todos gritaban, todos estaban alrededor de mi, eran muchos. Alcancé a escuchar: sus padres ya llegaron. Tenía un tubo en la garganta y mi mente iba a estallar. El sudor inundaba mi cuerpo, no recuerdo si pensaba en algo o si pensaba en todo. Me arranqué con furia el tubo que tenía en la garganta, salí del agua pero yo quería tomarme toda el agua del mundo, todo estaba seco en mi. En retrospectiva, no recuerdo nada de los primeros días después de despertar. Quizás por protección, no recuerdo cuando me di cuenta que no podía caminar y que mi mano izquierda estaba inservible. De lo poco que guardo en mi mente es que pensé, tengo una segunda oportunidad para vivir, la tengo que aprovechar.

Nunca vi la luz, nunca vi a Dios, mis abuelos muertitos no me dieron una charla motivacional y ningún famoso me aconsejó que hacer con mi nueva vida. Todo fue oscuridad, todo fue silencio y paz. Quizás la muerte sea eso, la nada. A veces pensamos mucho en la muerte, pero ésta es incierta, deberíamos de vivir la vida intensamente. Durante mis tres días de comatoso no tuve ninguna revelación, la verdadera enseñanza sucedió cuando mis papás, que habían cruzado el océano atlántico sin saber si yo viviría, me vieron vivito aunque sin colear mucho, me abrazaron y no pararon de llorar. Esto no volverá a pasar, nunca; si ellos vuelven a llorar por mi, será por alegría, pensé.

PD. Tenía unos testículos gigantescos porque para bajar mi ritmo cardíaco, los doctores me administraron muchos líquidos, éstos se almacenaron ahí. Mis blanquillos volvieron a la normalidad a los pocos días.

Saludos intergalácticos.

2 pensamientos en “Muerte

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