No encuentro tema más ad hoc para una simple citadina que mi resiente batalla por encontrar un nuevo departamento en la ciudad. Se dice que en Nueva York tu vida gira prácticamente en torno a tu departamento. Si tienes un buen depa no lo dejas ir y encontrar el bueno es casi como encontrar el amor.
Nunca pensé que en tierras latinas existiera tal problema pero estaba muy lejos de la realidad cuando empecé a buscar un departamento en la Ciudad de México, nueva CDMX. No pedía mucho, pero al parecer lo pedía todo.
Encontrar espacio para estacionar dos coches parecía una burla para los dioses de los bienes raíces a tal grado que pensé en todas las posibilidades, desde partir mi coche a la mitad, aprender a andar en bici por las calles turbulentas de la ciudad o simplemente vender mi coche. Me dediqué horas y horas a buscar el lugar perfecto a manera de obsesión. Y fue entonces cuando empecé a notar las similitudes que tenía la búsqueda de un depa con la búsqueda del amor de mi vida.
Para fines prácticos, la palabra DEPA puede ser intercambiada por EL AMOR en todo lo que sigue de mi historia.
Para empezar no dejaba de pensar en el tema ni un segundo, ni un segundo [depa, depa, depa, depa, debo encontrar un depa, depa, depa, depa]. Olvídate de las crisis mundiales, la hambruna, las injusticias…. Nada se equiparaba a lo que yo estaba viviendo: ¡no encontraba depa! Nunca podía bajar la guardia, sentía que a la vuelta de cada esquina podía estar ahí esperándome, todo perfecto. Conocí a varios, ninguno me convencía, todos tenían un pero y con ninguno quise intimar ni conocer sus recovecos porque sabía que no eran “the One”. Sabía que cuando lo encontrara sería amor a primera vista y no habría duda alguna. Que cumpliría con casi toda mi lista de requisitos interminables, pero que los detalles que no calificaran serían mínimos y tolerables.
Toda esta obsesión e intensidad no sólo me agotó, sino también a toda la gente a mi alrededor. Me encerré en una burbuja de autocompasión, frustración y lamento porque no conseguía lo que quería, por lo que era un fracaso. Cada día que pasaba me quitaba un punto más porque no había logrado lo que todos los demás ya habían hecho. Finalmente llegué a sacarme de quicio y tuve que recurrir al método infalible para la desesperación: solté. Solté todo. Y me valió. Y justo en ese instante cuando me relajé un poco, apareció como por arte de magia cuando menos lo esperaba. Igual que el amor.
Incontables veces me han dicho que así funciona la vida y que me relaje un poco pero me doy cuenta que me cuesta tanto trabajo y al parecer no sólo a mí. Vivimos en un nuevo mundo de completa inmediatez en todos los aspectos, desde comunicación, hasta compras y transacciones bancarias. ¿Será que se nos está olvidando cómo dejar que la vida suceda?¿Será que nos podemos dejar de calificar por todo y recordar que lo bueno se cuece a fuego lento?
Ya sea que estén buscando al amor de su vida, el depa, el coche, la familia, la vida perfecta. Aquí un pequeño recordatorio de que la vida es un todo, es un proceso, son los detalles, es el tiempo que se detiene cuando menos queremos y que se revoluciona cuando mejor la estamos pasando. La vida avanza a un paso, no al nuestro y el mejor antídoto a la desesperación es soltar. Soltar y confiar.
Saludos flojitos y sueltos,
La Citadina.
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