“But if I told you that God was black, what would you think of that?”
Ray Davies/The Kinks, Black Messiah.
Corrían los tempranos años sesenta en el campus de la Universidad de Columbia, cuando una estudiante neoyorkina se acercó a cierto grupo de compañeros para invitarles a su fiesta de cumpleaños, tomándose el cuidado de explicar a uno de ellos que a él no podía invitarlo porque era “de color”. Por toda respuesta, un mexicano ahí presente saltó para pedirle a la mujer que lo desinvitara, ya que le hacía a su amigo esa majadería.
–Pues yo preferiría dormir con un caballo que con un negro –se ensoberbeció ella.
–¡Pues esos son tus gustos! –lapidó el mexicano, para furia de su interlocutora, pasmo de los presentes y amistad duradera con el ofendido, cuyo nombre era Andy Owens y estaba por cumplir los 28 años. Para más referencias, el mexicano era mi papá.
Mucho tiempo después, recuerdo que Andy Owens viajó a México y comió en nuestra casa, misma que recorrió de extremo a extremo hasta desembocar en mi recámara, cuyos muros lucían tapizados de posters, en uno de los cuales aparecía la caricatura de un presidente norteamericano seriamente ridiculizado. Andy se paró en seco, escudriñó el cartel, soltó una risotada y me estrechó una mano con las dos suyas. Congratulations, sir!, me felicitó el hombre con una ancha sonrisa que hasta hoy tengo presente. Nunca antes un adulto me tomó tan en serio, ni se ganó tan pronto mi confianza.
Siempre me pareció un despropósito que alguien se refiriese al tío Andy (“tíos” eran, al fin, todos los buenos amigos de mis padres) como “negrito”. ¿Por qué el diminutivo? No era un hombre pequeño, ni desvalido, ni digno de piedad, pues todo lo contrario: carecía de complejos, viajaba por el mundo y solía ser arrolladoramente simpático. ¿Qué me parecería, por ejemplo, que con una coartada humanitaria me llamaran “blanquito” o “mexicanito”?
Verdad es que hay imbéciles que utilizan términos como “negro” o “mexicano” a manera de insulto, y que han linchado a muchos con ellos por delante, pero ello no los vuelve de por sí despectivos y sin duda habla pestes de quien así los usa. Emplear un eufemismo para evitarlos es darle por su lado a esa chusma ignorante y despreciable. ¿O es que al fin los judíos se nombran de otro modo, luego de tantos siglos de antisemitismo? ¿Qué clase de zopenco tildaría de “negrita” a una negra soberbia como Serena Williams, por ejemplo?
Numerosas almas caritativas emplean hoy en día cierto vocablo en teoría respetuoso para pintar su raya ante el racismo, pero yo al tío Andy jamás me atrevería a describirlo como afroamericano. Una expresión tal vez muy conveniente para llenar las fichas policiales, pero grosera en su reduccionismo. Cierta vez me arrestaron en Texas y advertí que en la ficha me pintaban como “caucásico”; nunca más, desde entonces, me lo han dicho, y ni falta que ha hecho para presentarme. Soy otras muchas cosas antes de eso, igual que Andy Owens era mucho más que negro. Mal puede uno reivindicar a nadie cuando le trata como ganado en venta.
“Black is beautiful!”, rezaba el viejo eslogan, con toda la razón. Por supuesto que hay negros infumables, y amarillos malvados y blancuchos de mierda, pero clasificarles según algo tan nimio como el color de piel hablaría muy mal de nuestra inteligencia. Podríamos también anteponer edad, preferencias sexuales o estado de salud, sin que ello diga un cuerno de cómo o quiénes son los aludidos. ¿Que pensaríamos de un tipo que pretende insultarnos llamándonos “terrícolas”? ¿No estaría bien claro que el del problema es él? Pues lo mismo sucede con quienes usan “blanco” o “negro” a manera de ofensa, o los evitan para no ofender. Porque si me preguntan, yo tengo un tío negrísimo a quien no le hace falta la compasión de nadie, y estoy muy satisfecho de que así sea.
Hi there, uncle Andy!
Xavier Velasco
Este artículo fue publicado en Milenio el 23 de abril 2022, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.