Conocí a BP hace unos años cuando fui emprendedor. Ella vivía en frente del coworking al que iba y también trabajaba en éste. Desde la primera vez que la vi, llamó mi atención. Era muy guapa y desprendía una energía única, por sus rasgos físicos parecía que era de otro país. Me le acerqué con la excusa encuestarla en beneficio de mi emprendimiento. Resultó que era muy mexicana y teníamos intereses en común; la lectura y la fascinación por la ciudad de Barcelona. Tenía novio, posteriormente terminó con él y empezó otra relación. Ella sabe que me gusta mucho, se lo he dicho, pero no le gusto de la misma manera.
En Memoria de mis putas tristes, Gabriel García Márquez dice que el motor de la historia son los amores contrariados. No es mi caso, he aprendido a dejar ir, sin cuestionar de más, lo que no es para mi. Sin embargo, este amor contrariado me ha recomendado tres novelas maravillosas; «El corazón helado» de Almudena Grandes, «La sombra del viento» de Carlos Ruiz Zafón y «El jilguero» de Donna Tartt.
Hace una semana leí «El jilguero», es una de esas novelas que te dejan marcado; no dejo de pensar en los personajes, en la trama de la historia y eso que ya la terminé. La novela narra la vida de Theo quien pierde a su madre en una explosión en un museo en Nueva York. A lo largo de la historia se cuenta como Theo va lidiando con su pérdida y su relación con un cuadro en específico; El jilguero, pintado por el holandés Carel Fabritius en 1654.
La novela es magnífica porque toca un sinfín de temas universales como la infancia, la adolescencia, el amor, la lealtad, la amistad, la traición, la relación de las personas con los objetos y la trascendencia del arte para los seres humanos. Cualquier representación artística es maravillosa porque no solo el autor transmite lo que siente, además quien admira una obra de arte tiene una interpretación propia. Se crean puentes entre individuos que vivieron en siglos y ubicaciones geográficas distintas.
Saludos intergalácticos.