Le doy una mordida a una rebanada de pizza margarita con jitomatitos baby partidos a la mitad y hojas gigantes de albahaca mientras mi amiga me cuenta lo enamorada que está de su novio. Llevan un año y la pasión está al 100%, las conversaciones son infinitas, las sonrisas ilimitadas, el amor, joven.
Doy un trago a la copa de vino y mientras escucho a mi amiga pienso en mi relación en comparación con la suya (uno de mis malos hábitos favoritos: compararme). Me doy cuenta de que mis tardes son más calladas que las suyas, mis días más rutinarios y el amor, más tranquilo.
Pasan las semanas y estoy sentada bajo un cielo nublado que extrañamente promete no llover. El amor se respira. Estoy en una boda. Los novios se ven con ojos de novedad y no se puede borrar de sus caras la ilusión de esta nueva vida juntos. Ella está llena de energía fresca, se ve revitalizada y lista para afrontar cualquier cosa que venga porque lo tiene a él de su lado. Intercambian votos ¿Conclusión? Lo único que quieren es hacerse felices el uno al otro.
Volteo a mi derecha y pienso en la cantidad de veces que he tenido de dejar de hacer algo para no sólo hacer feliz, si no, no hacer enojar al otro. Pienso en cómo hace 3 noches me metí un madrazo en la frente con el mueble del baño sólo para no prender la luz (que inevitablemente prende el extractor) para no despertar al Sr. Novio que duerme y es de sueño ligero.
Y así es la vida en pareja a veces. Es menos romántica de lo que nos imaginamos que sería y esto me ha perturbado mucho últimamente sólo para descubrir que el amor se transforma. Estoy feliz por mis amigas enamoradas y trato de vibrar con su energía y dejar que sus historias me contagien un rato. Me pregunto si algo le hace falta a mi vida.
Un par de días después, estoy tomando un café entre amigas, todas me llevan mínimo 2 décadas, pero me encanta estar rodeada de su sabiduría y sus años de más. Una de ellas la ha pasado mal últimamente porque cuando la vida pega, a veces pega con todo y ha sobrevivido una ola tras otra. Sigue de pie, parada de puntitas con la cabeza en alto conservando la dignidad y sobre todo para que el agua no le llegue a la nariz. Su perspectiva sobre la vida ha cambiado mucho y contrario a lo que uno podría pensar, no es más pesimista, es más simplista. Se va por lo básico ¿Estás viva? ¿Estás sana? ¿Tienes a alguien que te acompañe por las tardes? Estás hecha me dice. Todo lo demás son puras pendejadas.
Por un momento me quiero defender (y lo hago en mi cabeza). Lo pienso un poco más y cuando se trata de vida o muerte y de lo más importante la verdad es que sí, la mayoría de las cosas por las que nos preocupamos, peleamos, platicamos, analizamos, son pendejadas.
Y así es como me doy cuenta de que no me hace falta nada
¿A ti que te falta?
Saludos completos,
La Citadina.