El furor de Marie Kondo ha vuelto gracias a Netflix. Confieso que sólo he visto dos capítulos pero fueron suficientes para meterme la cosquillita de depurar. La autora japonesa de La Magia del Orden asegura que si uno hace bien las cosas no necesita volver a ordenar su casa en toda su vida: evidentemente lo hice mal la primera vez.
Me encuentro aplicando la técnica de manera diferente y en vez de leer el libro de un jalón y luego ordenar, ahora leo y ordeno, leo y ordeno, leo y ordeno. Retomar el libro durante el proceso me ha hecho conectar una y otra vez con la profundidad de lo que nos intenta transmitir Kondo: ama todo lo que te rodea, rodéate de felicidad.
Si nos cuesta trabajo definir felicidad con palabras, no es de esperarse que la tarea de definir felicidad con objetos sea igual de complicado. He pasado días encerrada en casa en un estado de meditación activa, moviendo, ordenando, desechando, agradeciendo, valorando. Ha sido un proceso frustrante, sobre todo porque durante el transcurso uno siente que no avanza, sólo empeora.
Una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en mi vida es vaciar la casa de mi papá después de que murió. Difícil, no sólo porque emocionalmente era duro, sino porque sentía una invasión de privacidad brutal. Uno se entera de muchas cosas revisando cosas ajenas.
Mientras paso los días en un furor Kondo, no puedo dejar de pensar en el día que yo me muera, en lo que dejaré atrás y en la tarea que le tocará a alguien de deshacerse de mis cosas. Nunca será fácil, pero por lo menos espero que les toque un poco de felicidad en el corazón al desprenderse de las cosas que más me hacían feliz. Les auguro una tarea no tan complicada al tener todo ordenado y por categorías claramente marcadas. Y sobre todo, espero que no se lleven muchas sorpresas o sustos hurgando por mi vida a través de mis cosas.
Saludos ordenados 2.0,
La Citadina.