Tuve la fortuna de conocer el pequeño y colorido país de Costa Rica la semana pasada. Regreso con tez morena, con dos kilos de más (uno de frijoles y otro de arroz), una colección de fotos con fondos verdes espectaculares, un billete de cinco mil colones y el corazón lleno de vida.
Costa Rica es un país diferente a lo que uno esperaría. Después de conocer Perú a principios de año en donde cada rincón está cargado de historia este país Centroamericano resultó ser de cierta manera más ligero.
Los paisajes espectaculares, la diversidad de flora y fauna, el clima tropical y un café espectacular eran cosas que esperaba. Lo que me sorprendió fue la gente y la comida.
Es triste pensar que como mexicana llego a cualquier lugar un poco a la defensiva, con la mente en posición de ninja lista para pensar con ar un poco a la defensiva, a confianza. Es triste pensar que como mexicana llego a cualquier lugar un poco a la defensiva, con agilidad y correr en la emergencia. Pero en cuanto pisamos la tierra de los osos perezosos la gente con una sonrisa nos guió por el camino correcto, nos regaló instrucciones y nunca nos contaron el dinero que utilizábamos para pagar para ir al baño (cosa que me desconcertó muchísimo).
Para los que no lo saben, Costa Rica es un país caro. Todo es caro, la comida, el hospedaje, el transporte, las entradas a los parques, etc. Pero una vez hecha la inversión es evidente a donde va a parar el dinero: exactamente a donde debe. Todo es impecable, desde la logística, hasta los senderos y los changuitos casi entrenados para recibirte con una sonrisa a la entrada de un parque. Pareciera casi un mundo al revés, un paraíso aislado del caos que lo rodea.
La comida aunque sencilla es espectacular. Arroz, frijoles, plátano macho son siempre el trío de base que conforman el manjar costarricense, como si fueran los colores primarios que juntos hacen combinaciones espectaculares. El casado es un platillo tradicional que se dice que adquirió su nombre en una soda (restaurante típico costarricense) donde los trabajadores le solicitaban más comida a las cocineras, como si fuesen hombres «casados».
Pura vida es una frase que fue una fiel compañera por el país. Es usada como un tipo saludo, pero tiene un valor escondido para muchos con el cual representa el buen vivir, la simplicidad de la vida, la abundancia, la alegría, la sencillez y lo natural. En conclusión el arte del buen vivir.
Pura vida,
La Citadina.