Hace ocho días escribí sobre la muerte, esta semana lo vuelvo a hacer. El miércoles falleció mi tía Anita con quien compartía día de nacimiento; murió a los 97 años. Acudí al velorio para acompañar a mis tíos y primos; llevaba años con Alzheimer, hace mucho tiempo que no era ella, lo bueno es que ya está descansando, comentaron mis familiares. Por la tarde fui a la presentación de la nueva novela del escritor tampiqueño Martín Solares. En «Catorce colmillos», acompañamos al joven detective Pierre LeNoir a resolver un asesinato de alguien que ya había muerto hace cien años en París. LeNoir forma parte de la Brigada Nocturna, división de la policía de la capital francesa especializada en casos donde se ven involucrados seres paranormales; fantasmas, hombres lobos, vampiros entre otros.
Durante la presentación, Solares mencionó que la literatura permite muchas cosas imposibles en la vida real como mezclar a los vivos con los muertos, esta idea llamó mi atención por dos motivos, primero, la flexibilidad de la palabra escrita y segundo, lo que dejan de hacer algunos vivos. Hay vivos que parece que están muertos, que no transmiten ninguna emoción. Es cierto que en nuestro día a día no vemos fantasmas, pero podemos encontrar personas «invisibles» que deambulan sin que los demás se preocupen por ellos.
Entre las personas que son ignoradas encontramos a los viejitos; en muchas ocasiones, lamentablemente, las personas de la tercera edad son vistas como estorbo. Por fortuna, mi tía Anita siempre recibió amor y cuidado.
En muchos países del mundo la situación económica es lamentable por lo que sus habitantes buscan mejores oportunidades. No todas las personas pueden entrar a otras naciones de manera legal por lo que se convierten en emigrantes ilegales. Me tocó ver muchas personas de origen africano correr por Barcelona mientras eran perseguidos por las autoridades, sus rostros eran de desesperación y angustia. Cuando uno los veía sin ser acechados, caminaban con ropa en muy mal estado y con un semblante de tristeza que no he visto en otro lugar.
Por las plazas públicas de cualquier ciudad de México es común ver personas que piden limosnas. Niños, mujeres, ancianos, madres con bebés en brazos y personas con alguna discapacidad estiran las manos en busca de unas monedas. La gente que pide limosnas se acerca a los comensales o transeúntes, dependiendo el lugar, para pedir unos cuantos pesos. Las personas no los ven a los ojos y se los quitan de encima con un, NO GRACIAS.
Creo que la invisibilidad de las personas reside en la indiferencia de los demás, sólo nos importa lo que nos pasa a nosotros y olvidamos a personas en situaciones muy complicadas.
Saludos intergalácticos.