¿Y quién dijo que al fin le hacen falta principios para justificar un medio impresentable? El problema que afrontan hoy día los principios es su escaso valor en el mercado. Se diría que son intercambiables, amén de estrictamente decorativos y un tanto redundantes en el tema de la zalamería. Más que principios, suenan a cumplidos. Música pegajosa para nuestros oídos. La gente no hablaría tanto de sus principios, y éstos serían quizá menos elásticos, sin la cosquilla oscura de los fines que viven de invocarlos, como quien guiña un ojo a su alcahuete.
Siempre que un aspirante a un puesto público se regodea alabando sus principios, me da por preguntarme cuáles serían sus límites, si se le hiciera cierta la ilusión. ¿Cómo saber, tras tanta gravedad austera y cejijunta, ya no el valor sino siquiera el precio de aquellos fundamentos íntimos y profundos que otorgan credenciales de honradez y en teoría no pueden negociarse? Ahora que la ruleta electoral ha abaratado tanto los principios que pone en evidencia su oquedad, valdría preguntarse si alguna vez contamos de verdad con esas abstracciones biensonantes. Pobre de uno, me temo, si el negocio de su bienestar ciudadano depende del respeto que a un sediento de fines le inspiren sus mejor cacareados principios.
Es precisa una dosis diaria de candor para seguir creyendo en la autenticidad de principios o fines bendecidos por siglas partidistas cuyo significado nunca fue tan confuso, por decirlo bonito. Esto de ver a tantos villistas y huertistas, dirían los colombianos, de pipí cogido, da lugar a la idea maliciosa de que el diablo ha comprado sus almas en paquete, junto con sus retóricas airadas que hoy no saben si hablarle al ciudadano, al pueblo o a los encuestadores con tal de que ese hueso caiga de su lado. Para desgracia nuestra, ni principios ni fines son visibles, pero ahí están sus medios para entreverlos. Por eso con frecuencia los ocultan, en vez de cacarearlos. ¿Y no es ya el cacareo de virtudes etéreas un medio de por sí indigno de crédito?
Me gustaría creer, con toda candidez, que un conspicuo enemigo de la corrupción no osaría valerse de medios ilegítimos, o que los partidarios de la libertad nunca recurrirían al autoritarismo, pero andan tan baratos los principios que ya a nadie sorprende toparse con neonazis humanistas, liberales plutócratas o jihadistas guadalupanos, entre las infinitas permutaciones que permiten los principios genéricos. Si antes se comenzaba como simpatizante de cierto partido, hoy sucede al revés: el partido se jacta de pensar como tú. Seas quien seas y quieras lo que quieras, ellos están aquí para entenderte. ¿Por qué será que veo su propaganda y me siento paciente por error de un pabellón psiquiátrico donde se me repite que todo estará bien si coopero y hago lo que me piden? ¿Cómo es que siempre saben mejor que yo lo que supuestamente me conviene, si ayer me decían “pueblo” y ahora “ciudadano”, y viceversa? ¿Quién se siente seguro de abordar un barco que navega con dos banderas no sólo diferentes, sino de hecho mutuas enemigas?
Hasta donde se ve, la coalición es el medio sensato de la ambición, mas sólo en la medida de sus alcances reales y verosímiles. Encuentro sospechosa, por ejemplo, la mera asociación imaginaria entre vegetarianos y ganaderos, tanto como cualquier presunta convivencia entre tigres, coyotes y gallinas. Quiero decir que es muy buena noticia cada vez que unos y otros adversarios políticos “irreconciliables” coinciden en acreditar algo de lo que a todos nos parece evidente, porque lo regular es que difieran, no pocas veces al extremo del insulto y la calumnia. ¿Y no es por tales medios que algunos radicales emblemáticos —hoy corridos al centro como niños friolentos pegados al fogón del presupuesto— se han hecho de un prestigio relativo, mismo que ahora se guardan sabrá el demonio dónde para darse un abrazo en Acatempan con quienes no hace mucho buscaban sepultar, orondamente?
Cuenta Martín Romaña —el bohemio entrañable de Bryce Echenique— cómo su esposa Inés pasó en muy poco tiempo “del catolicismo más militante al marxismo más pío”. Dos enemigos leales, allá en la antigüedad, que ahora combaten juntos no sé si la injusticia, la inequidad, la corrupción o el autoritarismo, pero seguramente el desempleo: razón indiscutible para ir juntos en contra, pero a favor, (o a favor, pero en contra, whatever that means), del control natal, la adopción gay o la despenalización de las drogas, entre otros temas raros que su curiosa alianza relega a la cultura general. Ya sabe uno que en ciertas ventanillas estorban los principios para ir a pedir chamba, pero algo hay que llevar en su lugar. De otro modo queda la sensación de asistir a una inmensa lotería donde en vez de proyectos se vota por colores y el resultado es siempre una sorpresa.
Este artículo fue publicado en Milenio el 27 de enero de 2018, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL