En la CDMX nunca se sabe, mejor ser paranoico que confianzudo. Mi vuelo hacia la blanca Mérida salía a las 08:00 hrs, salí a las 05:30 hrs y Río Churubusco iba parado; una pipa se volteó. Llegué a las 06:40, sin problemas pero pensé lo peor. En la Ciudad de México se tiene que hacer fila para todo, incluso para ir al baño.
Desde las alturas se nota la diferencia. Parece que la CDMX nunca acaba, los bordes de Yucatán se dibujan claramente. Aterrizamos y de inmediato contrasta el calor peninsular con el frió capitalino provocado por la altura.
Nos dirigimos del aeropuerto a la ciudad. Se percibe un esplendor perdido, fachadas preciosas afectadas por el tiempo, casonas abandonas que piden a gritos una manita de gato. Píntame, dicen las paredes. Los lujos se han ido a las afueras; edificios modernos, club de golf y fraccionamentos nuevos se alejan del centro.
Al viajar de chamba el turisteo queda en segundo plano, hay que darle a los pendientes. Hasta las 16:00 hrs pudimos salir a comer. Nunca había experimentado el sabor yucateco in situ. La comida yucateca es deliciosa. Cochinita, papadzules, panuchos, sopa de lima, kibis, poc chuc, dulce de papaya y para bajar todas esas delicias, agua de lima con chaya. El mal del puerco nos atacó, caminamos toda la ciudad para regresar al hotel, en treinta minutos ya estábamos trabajando de nuevo en el hotel. ¿Qué hacemos? ¿Salimos? ¿Paseamos? Es martes y son las 20:00 hrs, todo está cerrado. A dormir se ha dicho.
Todo el miércoles fue de convención, por lo que a las 18:00 hrs nos fuimos al aeropuerto para regresar al DF. Resulta impresionante que desde que uno se dispone a viajar a la capital ya se empieza con la espera. El vuelo estaba programado a las 20:00 hrs, salimos a las 21:15 hrs debido al tráfico aéreo en Chilangolandia.
Llegamos al Distrito, tardé una hora en el Uber porque estaban arreglando una calle. Estaba dispuesto a dormir hasta las 02:00 hrs del jueves. Dormiría pocas horas para llegar a tiempo a la oficina pero ya necesitaba el frenesí del metro, el tráfico, la urgencia y los millones de personas que luchamos día a días en lo que denominamos «La ciudad más grande del mundo.»
La provincia tiene su encanto, tranquilidad, paz y seguridad. La calma hace que las personas se tomen su tiempo. Creo que yo ya no puedo con tanta parsimonia. Me he hecho adicto a la Ciudad de México, la urgencia me mantiene en un estado de alerta y me encanta estar acelerado. Antes huía a Cuernavaca los fines de semana, ahora estoy dos días fuera y extraño la enormidad de mi ciudad.
Saludos intergalácticos.