Siempre está merodeando, está al acecho y en cualquier momento se nos aparece. La muerte es lo único que todos los seres humanos tenemos seguro. Es la más democrática de todas, no distingue absolutamente nada. No importa el género, nacionalidad, edad, religión, ideas políticas o nivel socio económico; tarde o temprano nos llevará a todos. Dicen mis padres al unísono, como si fuese el dicho que los une: «Todo tiene solución, menos la muerte». Nadie sabe lo que pasa cuando alguien muere, aún no se conoce a quien haya retachado del más allá.
Sobre la muerte existen varios conceptos generales que sólo son ideas. A ciencia cierta nadie sabe que es lo que pasa cuando estiramos la pata.
Le damos a nuestros difuntitos atributos de los vivos, quizás porque en algún momento lo fueron. Sé que tu abuelo está muy orgulloso de ti, hijito; dice la madre al vástago aludiendo al padre finado. ¿Cómo puede alguien saber lo que piensa un muerto? Hace no mucho tiempo el papá de mi cuñado estuvo muy grave. Mi sobrina Renatita me dijo: tío, mi abuelito Eloy se va a morir, lo bueno es que va a venir a visitarnos el día de muertos. Renata tiene 7 años y sabe, por su entorno, que el 1 y 2 de noviembre los muertos regresan. Los mexicanos les ponemos ofrendas con los alimentos o vicios que eran de su agrado.
Quien lo ha vivido, cuenta que es lo peor que le puede pasar a alguien, enterrar a un hijo. Por lógica o ley de vida se supone que los hijos entierren a sus padres. Lo contrario es antinatura. A los que cuelgan los tenis siendo jóvenes se les plantea un futuro promisorio aunque lo hecho hasta el momento por el occiso no diera señas de nada prometedor. Tenía toda la vida por delante dicen todos. Nadie se atreve a decir, era un bueno para nada, se murió por andar de briago o se lo quebraron por ojo alegre.
Sustentando el punto anterior, mitificamos a los que ya no están. De pronto los hijos de la chingada se convierten en santos. Cuándo han escuchado que una viuda diga, gracias a Dios ya se fue ese cabrón. En cambio, en los funerales, todos vestidos de negro, dicen que bueno era. También es cierto que ningún valiente u honesto se atreverá a decir todos los pecados de quien está en el ataúd.
Termino esta entrada justo después de nadar de «muertito» y pienso que no hay nada mejor que estar vivo. No sé si haya cielo o infierno pero los podemos vivir en la tierra por nuestras acciones. Laura Restrepo escribe en Delirio, «El infierno es lidiar con nuestras consecuencias.»
Saludos intergalácticos.
De lo que haz escrito anteriormente, creo que este artículo, aunque hablan de la muerte,no lo siento triste, al contrario, creo que hasta el miedo se me quitó del pensar que un día la tenga que chupar faros.
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quería decir: que se me quitó el miedo de chupar faros…
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