O nos sobra o nos falta.
Pocas veces y pocas personas son las que siento que realmente no tienen un conflicto existencial con el tiempo. Para los niños el tiempo es muy lento, para los adultos pasa muy rápido. Pero luego cuando tenemos prisa (que hoy en día parece ser siempre) los segundos parece que van casi en reversa.
Casi siempre he sido de esas personas que se despiertan temprano. Hubo un pequeño lapso de mi vida en el que podía dormir hasta pasadas las 12 del día pero era sólo porque me había dormido un par de horas antes. De niña me acuerdo que me despertaba como a las 6am o 7am en sábado y domingo. Inquieta y aburrida iba a buscar a mi mamá a su cuarto para ver si de milagro se quería levantar a jugar conmigo. Claro que nunca pasaba a) porque evidentemente era muy temprano y b) porque a mi mamá no le gusta jugar. No la juzguen, es la mejor mamá del mundo, pero no le gusta jugar.
Y en esos ratos perdido me acuerdo que me sentaba en el estudio de nuestra casa en una alfombra que me parecía enoooorme (probablemente mide 1 .30 x 2 m pero para mi tamañito era grande) y me sentaba a ver el reloj. Como si viendo la manecilla de los segundos hiciera que pasara más rápido el tiempo. Al contrario. Todo era más lento. No sé por qué recuerdo con tanta lucidez estar sentada viendo el secundero de un reloj que parecía burlarse de mí, porque el tiempo pasaba super lento.
Luego crecí un poco y me tope con un cuento increíble que habla de un reloj descompuesto. Se había quedado atorado en una hora. Y el cuento hablaba de cómo el reloj cobraba vida 2 veces al día cuando era la hora en la que se había quedado atorado ese pobre reloj viejo. Siempre me encantó la historia aunque hasta la fecha no sé bien porqué. Será una perspectiva diferente de algo que parece descompuesto pero que aún funciona irracionalmente 2 veces al día.
Hoy me encuentro entre millones de post its, cuadernos, celulares y pantallas abiertas en mi computadora. Tengo mil cosas que hacer y lo que me falta es tiempo. La cultura está evolucionando y nos hemos convertido en adictos a la inmediatez. Me encuentro con artículos de cómo hacer ejercicio en 10 minutos, como cocinar en 5 y como leer más rápido. Es increíble cómo hemos aprendido a economizar tiempos.
Pero no dejo de pensar si todo esta cultura de la inmediatez nos está desconectando de lo que antes se cocía a fuego lento. Hay cosas que toman tiempo y dedicación y que no se pueden atender con prisa. No podemos apresurar el amor que sentimos hacia alguien, ni podemos apurar a una planta a que de flores, ni a que un perro camine más rápido ni a que un niño cante con prisa.
A veces en medio de un mundo caótico nos hace falta poder sentarnos y ver pasar los segundos y los minutos y aunque sea un par de minutos dejar de tener prisa.
Saludos pausados,
La Citadina.