Es en la única ciudad de Estados Unidos en la que viviría, me encanta el clima, está cerca de México y tiene lugares muy interesantes, ha comentado mi hermano Manolo desde la primera vez que estuvo en San Diego. No soy el mayor fan de visitar al vecino del norte, creo que las ciudades mexicanas tienen mayor colorido y más vida pero también es cierto que en las ciudades de México hay mucha pobreza.
La conocí en el año 2004 cuando estudiábamos Ciencias de la Comunicación, ella es más grande, coincidimos en una clase que ella no había cursado, era mi primer semestre. El semestre siguiente fuimos equipo y convivimos mucho, ella terminaba una relación sentimental de tres años, tanto tiempo juntos nos hizo más que amigos. Fue mi primer crush o la primera que me hizo un poco de caso. Después yo anduve con una amiga en común de los dos, con el tiempo ella anduvo con un amigo mio y nuestros caminos nunca coincidieron, la amistad ha perdurado. Hace poco me escribió y platicamos como antes, quedamos de vernos en San Diego, California, ella vive en otra ciudad de los Estados Unidos, pero yo quería conocer SD y a ella le gusta mucho.
Llegamos el sábado nos vimos en una área bastante linda de SD llamada La Jolla, fuimos a la playa, comimos en una zona muy bonita y vimos como se ocultaba el sol en el océano Pacifico. Al día siguiente paseamos por San Diego Downtown, fuimos al Midway Museum, al Petco Stadium y finalizamos la visita en Balboa Park. La pasamos muy bien, platicamos largo y tendido. Mi avión salía de Tijuana. Ella se negó a llevarme hasta la frontera debido a que le dio miedo manejar hasta el límite sur de los EUA, me acercó un poco pero no me llevó hasta la CBX (Cross Border Express). Me dejó en un Best Western en medio de la nada. La situación me molestó, oculté mi enojo, me despedí y pedí un uber de inmediato, no fuera a ser que todo empeorara y perdiera mi vuelo.
En mi interior iba mentando madres pensando que hay cosas que sólo me pasan a mi, el papel de víctima siempre es el más fácil. Me subí a un Nissan Sentra. Empecé a hablar en inglés con Héctor, el conductor del uber. Quizás por mi Inglés Sin Barreras, Hectorin le puso SAP a la conversación y nos pusimos a hablar en español. El padre de Héctor es veracruzano y a los 20 años cruzó la frontera para ofrecerle una mejor calidad de vida a su familia.
La vida da lecciones de inmediato, yo me quejaba de mi suerte y a los dos minutos Héctor me contó su historia, bajé muy agradecido del vehículo motor aunque también molesto conmigo por quejarme de tonterías.
Héctor y su hermano son ciudadanos norteamericanos que conservan las tradiciones mexicanas, sus padres les inculcaron el cariño y amor por los dos países. Los hermanos lucharon en Afganistán e Irak.
Yo nunca había conocido a alguien que hubiera estado en una guerra, Héctor me contó los horrores de ésta. «Lo que pasa en las películas es mentira, estar en el desierto en pleno campo de batalla es una pesadilla. No podíamos caminar mucho porque las botas se derretían, no conocíamos esos terrenos, caminábamos sin saber si nos iban a emboscar o no. Llenaban el terreno de chapopote y ahí ponían bombas, vi volar en pedazos a amigos con los que había desayunado unas horas atrás. Es muy fácil imaginar el infierno pero nadie sabe a que huele, no se me quita el olor de la nariz de cuerpos quemados y eso que ya han pasado unos años que estuve en la guerra. Ahora puedo manejar para distraerme y tener más dinero, recibo una buena pensión por parte del gobierno porque mentalmente soy una persona vulnerable. Subí como veinte kilos por los medicamentos psiquiátricos, sólo quería dormir o morir. Murieron amigos y fue difícil asimilar que ya no los volvería a ver pero lo peor es pensar en la gente que maté. Constantemente me vienen a la mente sus rostros. La guerra no debería de existir, es horrible. No me gusta que mi país vaya a bombardear otras naciones. Mis padres ahora viven en Veracruz, tienen una casa muy grande. Me gusta poder vivir allá pero México no es mi país, yo estoy bien aquí pero hubiera deseado nunca ir a la guerra. Hay días, todavía, en los que sólo quiero morirme.»
Me bajé del uber gringo, me despedí de Héctor, crucé la frontera, volé a la Ciudad de México, tomé un uber mexa en el AICM Benito Juárez, llegué a mi casa y todavía tenía un hueco en el estómago.
Saludos intergalácticos.