La morralla malhabida

380 mil bolívares a la semana es lo que gana un esbirro digital al servicio del régimen de Nicolás Maduro por sembrar el terror en las redes sociales, según consigna Andrés Oppenheimer. Mas no cualquier esbirro, sino un auténtico crack del troleo, capaz de generar cientos de mensajes al día contra cualquiera que hable mal del gobierno o exhiba sus abusos y fracasos. Ignoro qué se pueda comprar en Venezuela con los cincuenta y cinco mil bolívares ganados en un día de diseminar odio, insidia y propaganda desde la oscuridad, pero en México son 55 centavos. Es decir, poco menos de cuatro pesos semanales. Ni para una botella de medio litro de agua.

Alguna vez mi madre me contó la historia de una pobre mujer que se pensaba rica y le gustaba alardear al respecto. Vivía en un asilo, donde con cierta regularidad se aparecían el hijo y los nietos, llevando por delante un panqué, una caja de bombones y un fajo muy discreto de billetes grandes. Sin más en qué gastarlos, no escatimaba la mujer mimos y recompensas entre sus enfermeros favoritos, quienes ya bien sabían que esos billetes de legítimo papel bond los imprimía el hijo “para que su mamá se entretuviera”, y que él más tarde se los canjearía por propinas meramente simbólicas: el costo de volver niña a su madre.

Yo, que a esto me dedico, no imagino qué clase de palabras emplearía para justificar un salario de menos de un dólar al mes. Y no menos injusto parece ir por la vida con el odioso sambenito de esbirro –mercenario, se entiende– a cambio de unos cuantos centavos que sólo serán buenos mediante algún subsidio dadivoso por el cual hay que estar agradecido como un peón a los pies del hacendado. No hay que hacer muchos números, por otra parte, para encontrar que el troll bolivariano termina por ganar todavía menos que la pobre señora del asilo. Desde el punto de vista de la dignidad, vale más el dinero de juguete que los vales de la tienda de raya.

Hoy día, el esclavista de nobles sentimientos puja por regatear el precio del trabajo, bajo el arduo pretexto de que así se incrementa su valor. No es lo mismo partirse el lomo trabajando por ideales limpísimos que hacerlo a cambio de papel moneda: material antihigiénico por excelencia, a saber cuántos lo habrán manoseado. La idea es que el dinero corrompe a las personas, tanto así que a menudo las lleva a suponerse dueñas de su destino y querer elegirlo a su capricho. “¿Crees que te mandas solo?”, recriminan los padres al niño desobediente, y hay quienes nunca acaban de ser niños. ¿Qué es el mundo siniestro pintado por George Orwell sino una guardería para adultos cabizbajos?

Entre los esclavistas de nobles sentimientos, la palabra “dinero” es palabrota. Se le menciona poco y por lo bajo, como si se tratara de alguna deyección cuya sola existencia es de mal gusto. Todo lo cual sin duda favorece a quien lo tiene y perjudica a quien lo necesita, pues incluso con la panza vacía deberá pretender, igual que un aristócrata, que el tema del dinero es lo de menos. ¿Y quién, que tenga mucho o lo administre, no sabe leer el hambre en la mirada y eventualmente hacer bailar al perro?

¿Qué decir de un patrón que te paga en billetes de mentiras para después canjeártelos por baratijas y comida de segunda? ¿Qué hacer con un esbirro cuyos ingresos reales –morralla malhabida– son aún menores a los del más humilde de los pordioseros? ¿Qué libertad le queda en este mundo a quien gana un salario de doscientos pesos mexicanos al año (el mínimo en tierras bolivarianas)? ¿Y no es precisamente “libertad” la palabrota que hace trizas los tímpanos de tiranos y esclavistas, por lindos que parezcan sus sentimientos? ¿Ya ves lo que provocas, puerco dinero? _

Este artículo fue publicado en Milenio el 10 de abril de 2021, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Foto:

https://www.elperiodico.com/es/internacional/20200916/investigacion-onu-maduro-responsable-crimenes-8114975

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