Héroes de guerra

Me encontraba frente a los elevadores del edificio con un grupo de otras 10 personas. Después de varios minutos llegó uno de los 4 elevadores. Todos nos subimos como pudimos y nos apretamos para caber. En el segundo piso se bajaron muchos y empezó un movimiento raro circular de los que quedábamos adentro. Sin cuestionarlo los seguí, hasta que me di cuenta que estaban intentando subir a una persona en camilla al elevador. Bajé inmediatamente para dar prioridad. Mientras esperaba el siguiente elevador me di el tiempo de leer los letreros de arriba de cada uno de los elevadores. Arriba del que yo venía decía: Pacientes. Me sentí terrible. Decidí subir los siguientes 7 pisos por las escaleras. Por ahí del quinto piso sentía las piernas en llamas, la respiración entrecortada y el corazón a lo que daba. Me sentí afortunada y tranquila. Al fin que si me daba un infarto estaba en lugar indicado, estaba en el Instituto Nacional de Cardiología.
Fui a visitar a una paciente, para la cual doné sangre. Me encontraba en el cuarto recuperando el aliento por la subida de las escaleras junto con la paciente que recuperaba el aliento tras haber hecho un ejercicio que parece minúsculo pero la dejaba del color del piso. En el pecho llevaba una herida de guerra, en los brazos marcas de tortura, en el torso una multitud de incisiones con cables, alambritos y parches, en los ojos cargaba lo vivido en los últimos días, meses y años de su vida. Jugamos cartas, platicamos del clima, de la comida, de la ciudad. Reímos por las trampas que hacían con la comida de hospital que no le gustaba y lloramos cuando entró el doctor y le dijo que en un día la daban de alta. En un par de horas pasamos por todas las emociones de la vida.
Entre nuestras pláticas había pequeños paréntesis de un dolor profundo, en el cual me contaba el día que pasó en terapia intensiva. Lo que fue despertar de una cirugía en la que literal te sacan el corazón, lo ponen en una mesa, lo arreglan y lo regresan. Como si fuera una pieza más. Lo cual en términos prácticos lo es, pero cuando uno se detiene a pensar lo que implica que te saquen el corazón del cuerpo… me quedo sin palabras. Terapia intensiva me suena como el transitar del infierno de regreso a la vida y hay tanta gente que lo vive y lo sobrevive, hay tantas que no.
Regresé a mi casa completamente agotada. Sintiendo como si esas horas que había vivido habían transcurrido en otra dimensión. En una dimensión llena de dolor y sufrimiento. Pero de alguna manera me sentía más fuerte porque había estado rodeada de héroes que sobreviven a las malas jugadas de la vida. No pude evitar pensar en la cantidad infinita de posibilidades que tengo yo. Estoy sana, con el cuerpo completo y total funcionalidad. Venía de un lugar en el que la gente lucha por vivir, y yo con todo lo que necesito para hacer lo que quiera con mi vida y aún así me complico.
Este camino por el que pasó mi amiga paciente es el final de uno sinuoso por el que ha transitado en los últimos años. El trayecto ha estado lleno de retos y cada uno lo ha pasado galopando con elegancia y con una fuerza envidiable. Ella se dedica a escuchar los problemas de los demás y darles alternativas y soluciones. A raíz de los últimos sucesos de su vida me cuenta que ahora no puede evitar pensar mientras le cuenta una mujer por qué peleó en la mañana con su pareja que todo lo que nos aflige generalmente son puras pendejadas. Y tiene razón.
Saludos desde las trincheras,
La Citadina.

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