La estufa está prendida, hay verduras a la vista, una copa de vino en la barra. Música suave en el fondo, paz en el corazón. Mi coche trae unos unos 30 kms de más, mis piernas otros 10. Mi celular tiene la tarde libre, si vibra, sé que es alguien que me cae bien y lo contesto con gusto. La lista de pendientes en mi agenda es larga y casi todo está palomeado.

Por las mañanas salgo a caminar con una amiga. Si por algo nos gana la flojera me quedo en cama leyendo un libro sobre la vida secreta de los colores. Me hago de desayunar diario un huevo estrellado con medio bagel y un café. Ahora sí puedo tomar café, uno de mis placeres más grandes de la vida que tuve que suspender mientras tenía un trabajo excesivamente estresante porque la suma de cafeína y estrés me convertía en una maraca inservible.

Cada uno de mis días es diferente, lo diseño de acuerdo a mi energía, al tráfico de la ciudad y de mi humor. Es una delicia fluir con la vida. No dejo de hacer cosas que no me encantan, pero ya no hago cosas que odio, ya no sufro. Las cosas que no me gustan tanto las equiparo con los malos ratos y las acabo haciendo con gusto.

Regreso a ser dueña de mi tiempo, de mi agenda, de mis prioridades. En mi lista larga de pendientes está ir al dentista, cosa que aplacé estos meses que tocaba por poner el trabajo primero. Error que ya cometí en el pasado: poner todo antes que mi propia salud. Las consecuencias son graves.

Alguna vez me explicaron que el estrés impacta el cuerpo físicamente al debilitar el recubrimiento de alguna sustancia (perdonen mi omisión) en el sistema nervioso. Esto hace que nuestro sistema nervioso literalmente se irrite, como si estuviera sensible. Y todo se desequilibra y el cuerpo sufre en mil maneras. Hoy me dedico a consentir mis venas para que se pongan gorditas, recubiertas de lo que necesitan y sobre todo que se relajen.

Saludos con venas relajadas.

La Citadina.