Salvemos las palabrotas

Lady Coca Cola, la apodan por ahí, desde que en un video se declaró gravemente ofendida por la presencia de una palabrota en la publicidad del refresco. Atónita y cejijunta, la famosa señora —también conferencista y autora de libros— decía ante la cámara  que “las groserías vibran en una frecuencia muy baja”, de modo que al decirlas nuestra fuerza tiende a disminuir. Una teoría tan estrafalaria como aquel viejo mito del pelo en la mano, cuyo efecto se antoja contraproducente, y esto sí que es motivo de preocupación. Cada día que pasa, las palabrotas se hacen algo más comunes. No es, pues, el malhablado quien pierde su fuerza, sino el lenguaje mismo, una vez que entre palabrotas y palabras apenas cabe la menor distinción.

Aprendemos a emplearlas desde muy pequeños, sin entender aún lo que quieren decir aunque muy pronto al tanto de su poderío. Los niños, se nos dice, no sueltan palabrotas, y el resultado de esa gran mentira es que en un tris se vuelven tus mejores aliadas. Las dice uno, a esa edad, con un dejo de fanfarronería defensiva, pues en ellas se escuda frente a sus compañeros para que no le tomen por el niño caguengue que en realidad es. Las prodiga, de hecho, como quizá ya nunca vuelva a hacerlo. Vamos, quien esto escribe no recuerda haber oído y dicho tantas majaderías como entre la primaria y la secundaria, donde su abuso era casi reglamentario, aun si no terminaba uno de entenderlas y buen cuidado tenía en disimularlo.

El poder verdadero de las palabrotas es directamente proporcional a la selectividad con que les damos uso. Ya sea que se ofrezcan para insultar a algún desconocido o para hacer un guiño a la clase de amigos con quienes nunca fuimos ceremoniosos, las siempre calumniadas malas palabras tienden a igualarnos. Lo cual no necesariamente nos conviene —a saber cuántos huéspedes del cementerio llegaron hasta allá por igualados— pero es verdad al fin que la gran mayoría entramos en confianza con nuestros semejantes a partir de esa jerga a la que mi mamá y mi abuela aludían como “de la pe y la che para arriba”.

Las groserías se cuentan entre nuestras primeras travesuras. Son, desde esos momentos, el protocolo de incontables complicidades, amén de provocar carcajadas simplonas y recurrentes en quienes no por ellas han perdido el candor. Ya en años posteriores, conforme los negocios y la vida social imponen otros códigos, pocos signos de identidad hay tan entrañables como esa palabrota con la que el viejo amigo da a entender que la relación sigue como siempre, de manera que un “¡quihúbole, pendejo!” equivale al más cálido de los abrazos.

Contra lo que supone más de un advenedizo, las groserías no son palabras mágicas. Por muy abierto que tenga uno el criterio, difícilmente encontrará gracioso, o siquiera aceptable, recibir ese trato de un hijo de vecino. Decimos que Fulano es un grosero no porque hable también con groserías, sino porque no sabe administrarlas. Tendría que haber, al fin, una distancia clara entre entrar en confianza con tus iguales y alburear a la autora de tus días, por más que sobren los gañanes que lo ignoran. Y es aquí donde encaja Coca-Cola.

Un eslogan que habla con palabrotas es como un vendedor impertinente, torpe y confianzudo. Que muchos de nosotros bebamos el refresco porque nos da la gana, pese a su mala fama, no le da a Coca-Cola el derecho de llevarse con sus consumidores de piquete de culo. Algo quiere ocultar el mercachifle que recurre a impostura semejante, desde que se pretende amigo próximo y abusa sin rubor de nuestra buena fe, pero incluso ese exceso es poca cosa si tomamos en cuenta su agresión al idioma. Las palabrotas pesan. Son fuertes, claridosas, estruendosas y jamás ordinarias, si se las atesora y dosifica. Son palabras mayores, válganos el pleonasmo: ninguna de ellas cabe en un vulgar eslogan. Son nuestras palabrotas y merecen respeto, qué carajo. 

Este artículo fue publicado en Milenio el 05 de ocutubre de 2019, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Foto:

https://vanguardia.com.mx/articulo/quien-es-ladycocacola-la-mujer-que-se-indigno-por-la-publicidad-progre-de-coca-cola

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