Hace dos semanas todo era felicidad y buena vibra. Me carcajeaba con el universo y le guiñaba a la vida. Hoy estoy ofendida y bastante insultada. Estaba agradecida con mi papá, pero hoy no sé si me está tratando de enseñar una lección desde el más allá. Lo positivo se drenó como mi energía y mi tiempo. Las cosas han dado un giro radical y hasta pena me da desahogar mis verdades en palabras por parecer infantil, incrédula, cobarde o simplemente quejumbrosa.
¿Por qué tendemos a recordar lo bueno y olvidar lo malo? Y en otras circunstancias ¿Recordar lo malo y olvidar lo bueno? ¿Por qué pensar que si uno cambia los demás también? El “dream job” resultó ser más bien de terror. Y a dos semanas literal quiero renunciar, salir corriendo, cambiarme el nombre y entrar al Programa de Protección de Testigos.
Mi plan y mis argumentos definitivamente fueron buenos, convencí a todos y sobre a todo a mi misma que regresar era lo mejor, era perfecto. Un par mostraron inquietudes pero me los sacudí como pato al agua y seguí adelante. Incrédula. Si de algo estoy convencida es que definitivamente me tocaba vivir esta experiencia y que hay algo muy grande que aprender. ¿Aprender qué? No tengo idea y es ahí donde me siento insultada por la vida.
Definitivamente como una persona muy sabia que conozco dijo: las segundas vueltas rara vez funcionan. Pero aquí estoy, atrapada y prisionera en mi propia vida, tratando de escabullirme entre los barrotes invisibles que pinté a mi alrededor. ¿A qué hora me toca mi llamada reglamentaria? Le marcaría a mi papá y sé que probablemente al otro lado escucharía su risa burlona y sabría que la solución es sencilla: la llave está en mi bolsillo.
Saludos desde la segunda vuelta,
La Citadina.