Mi adolescencia estuvo llena de altibajos, sumados a los problemas normales por los que uno pasa en esa época, mi dinámica familiar se vio seriamente afectada lo cual me desbalanceó aún más. Entre que la gente no comparte y los demás juzgan la mayoría de mis problemas pasaron desapercibidos a los ojos de la generalidad, pero yo no podía evitar asomarme a las vidas de mis amigos y ver que las cosas eran mucho mejores que en mi propia casa.
Y es un mal con el que he cargado toda mi vida, el de comparar mi situación, mi circunstancia, mi lugar con el de los demás. Llega a tal grado que soy obsesiva en encontrar el mejor lugar en la mesa o en un coche para sentirme con mayor ventaja que los demás. Y sí, por un lado por competitiva, pero por otro lado por este sentimiento de estar en el equipo perdedor siempre y querer ganar por lo menos en cosas triviales.
La mala costumbre de querer sacar ventaja sobre situaciones tan insignificantes me la pegó una amiga a la que yo envidiaba por tener una familia estable y numerosa y ella me envidiaba por mis amistades. La envidiaba a ella, y a muchas más familias que tenían siempre planes en domingo, una casa llena de ruido y siempre una silla de más para mí.
Ayer recibí la noticia que una persona a la que consideraba tener la vida perfecta se encuentra muy mal de salud, tras haber sufrido una pérdida monumental y vivir años muy complicados. Hace unos 15 años hubiera sacrificado lo que fuera por tener la vida de esa familia, hoy agradezco mi fortuna por no haber pasado por lo que ellos han tenido que vivir.
Por primera vez, a mis 33 años me doy cuenta que nadie tiene la vida perfecta. Todos tenemos buenas épocas y todos tenemos malas. El consuelo y la paradoja es que nadie se salva. Si estás pasando por una mala racha (a veces duran años) ten la certeza de que no te salvas tampoco de que los vientos cambien y el rumbo se ilumine de sol y perfección. Ya viene algo mejor.
Y en un tono cero alarmista, también necesitamos estar agradecidos por los buenos tiempos, disfrutar y seguir haciéndonos fuertes, porque seguramente habrá momentos, situaciones o circunstancias en las que tengamos que usar esa fuerza y recargarnos en otros. Pero también sobreviviremos y la tormenta pasará y volverá a salir el sol. Y así sucesivamente.
Saludos cíclicos,
La Citadina.