A veces me gusta decir que mi jefa es una cabrona, que no me deja salir a tiempo y que me tiene trabajando hasta altas horas de la noche. Otros días me gusta darle crédito y decir que es bien alivianada y que me deja salir temprano para ver a mis amigas. La realidad es que las dos me caen bien y las dos soy yo.
Después de un año de ser mi propia jefa me he dado cuenta de los retos a los que uno se enfrenta cuando se intenta ser un “one man band” (dícese de alguien que toca varios instrumentos por sí solo). He pasado por todas las etapas, he aprendido mucho, pero sobre todo… he perdido mucho tiempo.
Es difícil admitir esto, porque los que han trabajado conmigo alguna vez, tienen la percepción de que soy sumamente disciplinada, ordenada y responsable. Me gusta pensar de mi bajo esa descripción, la verdad es que sí lo soy, pero también soy todo lo contrario.
Ha sido raro, frustrante y muy agotador confrontarme con una parte muy rebelde que llevo por dentro que nunca había salido a flote. Bien dicen que poner un negocio es uno de los mayores retos para enfrentarse a uno mismo. Ilusamente, cuando empecé, era la más emocionada, porque me creía todo lo que me decían sobre mis extraordinarias cualidades y mis grandiosas ideas. Pero poco a poco salió el cobre, como se dice coloquialmente, y me he descubierto en las buenas, en las malas y en las terribles. Y a veces hasta en las peores.
Pero aquí sigo.
Sigo a pesar de mí (realidad dura de enfrentar) y entiendo, aunque suene trillado, que el camino que transité era único y necesario para poder traerme al punto en donde me encuentro actualmente. Pero como dicen por ahí, la vida es cabrona.
Lo que sí he descubierto es que no tener jefe es una bendición y maldición al mismo tiempo. Que uno disfruta mucho más de la vida y la sufre un tanto más. Que nada es como uno se lo imagina, es mejor y peor, al mismo tiempo. Y que la vida está llena de opuestos, dualidades y contrariedades. El arte está en encontrar el balance a la mitad, mantenerse en equilibrio y no darse en la madre en el intento (aunque a veces es algo inevitable). ¿El remedio? Mucha humildad y la habilidad para levantarse del piso lo más rápido posible (dicho por alguien que literal se ha tirado al piso por lo menos media hora para lamentarse).
Saludos sin jefe,
La Citadina.