La tragedia de los paternalistas es su predilección por los hijos zoquetes. Aquellos que jamás les dirían que no, ni osarían siquiera pensar por su cuenta puesto que sus mayores, aun difuntos, lo serán para siempre y en cualquier situación. Miremos nada más a Nicolás Maduro, hijo autoproclamado del comandante Chávez y hasta hoy mandatario de Venezuela por obra y gracia del gobierno cubano. Muy lejos de la astucia de sus mentores, el pobrecillo Nico no es capaz de exhibir otro orgullo que el de serles tan fiel como obediente. Carece de las luces para agrandar su herencia, pues de no ser así le estorbarían y con seguridad estaría ahora en otro sitio menos preponderante, aunque también más cómodo para la cortedad de sus alcances. En otras circunstancias, costaría entender que a ese bobalicón lo cobijasen los pandilleros más bravos del barrio, pero al fin alguien ha de dar la cara y la de tonto tiene sus ventajas.
Uno de los antípodas más señalados del dictador Maduro es Richard Branson: emprendedor tenaz, magnate autogestivo y aventurero a ultranza cuyas gestas conspicuas harían palidecer varias de las hazañas que hasta hoy engalanan la historia de los seres humanos. De cruzar los océanos en globos aerostáticos (y milagrosamente vivir para contarlo) a crear de la nada una aerolínea (y de hecho fundar recientemente la primera astrolínea espacial), el intrépido Branson no suele detenerse ante obstáculo alguno, ya sea éste el aparente despropósito de cortejar por carta a Saddam Hussein o el evidente riesgo de apoyar la cruzada de un cuarteto gamberro —los Sex Pistols— contra la institución monárquica británica. No es que los riesgos le parezcan pequeños, si entre mayores son más le seducen.
Cierta famosa excusa de Hugo Chávez para no debatir con sus opositores era que les faltaba el ranking necesario para hablar de tú a tú con quien había sido electo presidente. Algo más objetivamente abismal le ocurre a su anodino sucesor delante de un rival como el brioso Branson, que encarna justamente lo contrario de cuanto los chavistas –enemigos de la igualdad de oportunidades, promotores de la igualdad de condiciones– encuentran admirable en esta vida. Bajo la bota de Maduro y sus secuaces, un individualista empedernido como el creador del consorcio Virgin –en su perfil de Twitter se declara reacio a las ataduras– tendría que ser objeto de un severo proceso de reeducación. Responsable directo del empobrecimiento extremo de millones de venezolanos, en el nombre de dogmas anacrónicos que no ocultan su estofa de narcotraficante, Maduro tiene en Branson un adversario desproporcionado cuyo sino parece consistir en ridiculizarlo.
No parecía una idea iluminada responder a la iniciativa del filántropo inglés –el festival musical Venezuela Aid Live, realizado ayer mismo en la frontera colombiana– con otro evento en pro de la dictadura, convocado al vapor y escenificado a 300 metros de distancia bajo el título de Hands Off Venezuela. Los números, al cabo, parecen despiadados: frente al triste millar de espectadores que el show oficialista consiguió congregar, hubo más de 150 mil asistentes al evento de los opositores. ¿Qué más iban a hacer Maduro y su gavilla, sino bloquear la señal de YouTube para que la noticia de su fracaso trascendiera lo menos posible dentro de sus raquíticos dominios?
Richard Branson tenía 16 años cuando creó su primer proyecto editorial. Nunca, a partir de entonces, puso freno al empeño de dar vuelo a sus sueños más disparatados y hacerlos realidad contra todo pronóstico. La primera de sus autobiografías –Perdiendo mi virginidad– arranca con la carta de despedida que escribió para sus hijos, previendo un accidente fatal en otra peripecia de alto riesgo. Nadie querría enfrentar a un contrincante equipado de origen con semejantes dosis de fe en sí mismo: una virtud seguramente escasa, a estas alturas del acantilado, en el hijo zopenco de Hugo Chávez: un revolucionario con papitis y clara vocación de hazmerreír.
Este artículo fue publicado en Milenio el 23 de febrero de 2019, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.
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