Cuando una toma un salto de fe pensaría que tal persona es intrépida, asertiva, que tiene un plan infalible, mucha determinación y el éxito garantizado. O así quise fingir que me veía a mí misma cuando hace casi un año decidí renunciar a mi trabajo de oficina.

Los meses que siguieron a mi decisión han sido (si fueran de colores) cafés, debido a la mezcla de emociones, acontecimientos y revelaciones; convirtiéndolos en lo que yo elegantemente llamaría: color lodo. Pero dentro de todo este lodo puedo decir que en las últimas semanas he encontrado cierta paz. Una paz que me hace casi flotar sobre mi charco de lodo, en la que la tierra se empieza a asentar y sólo queda agua, aunque aún de color café.

Tengo la esperanza de que con el tiempo, con la época de lluvias y los vientos locos de marzo se empiece a purificar más el agua hasta que un día sea tan clara como el vaso de agua que tomo por las mañanas. Y no me mal interpreten, no quiero que la pureza del agua sea simbolismo de mi alma santa y buena, quiero que sea de pura claridad. Quiero que sea tan cristalina que me permita ver más allá, sin olvidar que cuando uno intenta ver a través de un vaso todo se distorsiona (como cuando uno intenta predecir el futuro). Me conformo con ver hacia adentro del vaso, con la mirada hacia abajo, observando si no otra cosa, un momento presente.

Sin olvidar que en el fondo todo es sustentado por una buena cantidad de tierra, que a veces la vida nos sacude tan fuerte que todo se vuelve lodo otra vez y no nos queda de otra más que esperar a que las aguas se asienten, a ser pacientes y esperar a que nos venga una tarde de claridad y si no eso, por lo menos un rato para flotar más ligeros sobre un charco color café.

Saludos desde los pantanos,

La Citadina.