Hoy hice algo que llevo años queriendo hacer, tomé un curso de flores. Regresé a mi época de tomar apuntes, sentarme hasta delante y tratar de ser la mejor. Pero a la hora de poner la teoría en práctica me di cuenta que solté todo. Todas las reglas, todos los parámetros, las apariencias y el deber ser que poco a poco me intento sacudir.
Algo tan mundano como acomodar flores se convirtió en un verdadero arte, una composición geométrica en donde la soltura, el aire y las fugas se convierten en una técnica en vez de sólo palabras. Una alumna preguntó si debía retirar los pétalos maltratados o un poquito más cansados que los demás y la maestra nos contestó que no. La naturaleza es imperfecta y debemos replicar eso. Nosotros tenemos pecas, cicatrices, somos asimétricos, porque discriminar una flor por ser como es.
A partir de que escuché eso todo fue mucho más sencillo. Me dejé guiar completamente por mis sentidos, flui con lo que a mi me parecía que se veía bien y me dejé ser vulnerable, imperfecta, asimétrica. ¿El resultado? Una obra de arte en todo el sentido. En los arreglos que salieron iban mis miedos, mi perspectiva, mi manera de acomodar y categorizar, mis inconsistencias y mi belleza.
Trabajar con la naturaleza nos recuerda que no somos más que eso. Un producto de la humanidad con cosas maravillosas, curvas donde no deben estar y un tiempo limitado de vida. Somos fugaces como cualquier arreglo que sólo tiene un tiempo de vida limitado. Dejémonos brillar con arrugas, con pétalos cansados y las ramas bien firmes.
Saludos florales,
La Citadina.