Estamos empezando el último mes del año 2018. Entre mi amiga que se quemó del cuello al ombligo con agua caliente, Sr. Novio con costilla y diente roto y la lista de más de cinco personas que ya no nos acompañan en el planeta Tierra uno pensaría que estaría ansiosa por entrar al próximo año. Extrañamente no lo estoy. Ha sido un año agridulce, duro como el concreto, inestable como la arena. El tiempo pasó volando y no pudo haberse tardado más.

Tenemos nuevo presidente en México y los cambios nos acompañan frenéticos en este cierre de un año, la mitad del ciclo para uno, el principio para otros, y para otros cuantos afortunados el final.

Me encuentro haciendo un pequeño inventario como lo hago todos los finales de noviembre desde hace más de 10 años cuando mi reloj personal me marca el fin de una era (un mes antes que para todos los demás). El conteo de mi lista de pendientes va bastante bien: renunciar a mi trabajo (palomita), poner mi propia empresa (palomita), dejarme el pelo largo para luego cortármelo (palomita), encontrarme a mí misma (en eso estamos), descubrir algo que me gusta (avanzando), no tener ni idea de qué estoy haciendo (palomita). Así que mi lista va bien y se le sumaron como 30 cosas más que francamente no esperaba.

Y para ser más minuciosa, tenía cinco propósitos para este año:

–       Leer 20 libros (o más) – llevo 29

–       Dejar de usar bolsas de plástico en el super – lo llevé 2 pasos más allá y no uso bolsas para nada y me compré popotes metálicos.

–       Tomar 1 litro de agua al día – mi doctor me dijo que no era necesario, ahora tomo café.

–       No hablar mal de otras personas – Orgullosamente puedo decir que esto ha disminuido bastante (sobre todo porque no tengo con quién hablar la mayor parte de mis días)

–       Evitar procrastinar – Ahí la llevamos

¿Ustedes cómo van con sus propósitos?

El próximo año quiero proponerme cosas más divertidas, sugerencias bienvenidas.

Saludos con propósito,

La Citadina.