Hace dos días sufrió una caída mi maceta favorita. Adentro: la corona de una piña. La planta está bien, la maceta no tanto. Antes hubiera lamentado la pérdida y me hubiera despedido rápidamente de la maceta sin darme oportunidad de sentirme, aunque sea ligeramente triste y hubiera recogido el desastre lo más rápido posible.
Pero cuando vi la montaña de tierra, planta y restos de cerámica no pude evitar meter orden y darle un poco más de mi atención a la situación. Recordé el artículo de Fu-nesto de Pepe Hdz en el que habla sobre la técnica japonesa de kintsugi.
Después de leer La Magia del Orden de Marie Kondo, hacer varias visitas a Miniso y ser fan de Uniqlo decidí que esos japoneses saben mucho de la vida y a lo mejor vale la pena hacerles caso.
Recogí la corona de la piña rápidamente y le di un nuevo hogar, la tierra que sobró se la regalé a otra planta y recolecté los restos de la maceta. Les sacudí la tierra, las lavé y las dejé secar. Al día siguiente empecé mi labor con resistol en mano.
La maceta aún está en terapia intensiva y estoy reconstruyendo la última parte. Por más que intenté embonar a la perfección las piezas me di cuenta de que ya no era posible, una vez hecha la fractura no se puede regresar exactamente a como era antes la pieza. Me lamenté un buen rato con mi personalidad perfeccionistas hasta que me di cuenta de que la razón por la cual no iba a lograr recrear exactamente la misma maceta era porque ya no era la misma maceta.
Tal vez quede en la misma forma, con las piezas cercanas a donde estuvieron alguna vez, pero esta maceta está transformada por la cotidianeidad de la vida. Se cayó, la levantamos y la estamos restaurando. Así como lo hacemos muchos de nosotros.
Saludos fracturados,
La Citadina.