Sentir que a lo mejor tienes cáncer es de las sensaciones más extrañas que he tenido. Lo usual sería pensar que es lo peor que podría pasar pero por el breve tiempo que pensé que era una posibilidad el escenario de la vida y de lo que sentía, fue muy diferente.
Para empezar, instantáneamente el aire me olía un poco más dulce. Me paré de mi escritorio con el peso de una posible enfermedad y saqué la cabeza por la ventana de mi departamento. Alcancé a ver el cielo azul tapado por los árboles que viven junto a mi. Escuché con más claridad el ruido de los coches que circulaban por la calle, el caos de la vida cotidiana que me rodeaba.
Mientras esperaba comunicarme con mi doctora para que me ayudara a interpretar los estudios que habían cargado consigo la amenaza de una bomba nuclear en mi vida, decidí salir a caminar. Lo curioso fue que no me quería distraer, quería estar más presente, pero tenía un antojo (así como el que te da cuando quieres un postre) de entrar al caos. El silencio de mi departamento me quedaba corto, quería estar allá fuera, viviendo, conviviendo, peleando, sudando, caminando, pensando, viendo, oliendo.
El último año me he lamentado mucho de no tener gente cercana a mí. Famosos amigos. Me he concentrado en cultivar más mis relaciones y en dejar ir las que no se interesan tanto como yo en ellas. Lo curioso es que en esas dos horas de incertidumbre, quise hablar con muy poca gente y no me hicieron falta amigos. Claramente hablar con alguien siempre es bueno, pero quería escoger cautelosamente a quién depositarle la carga de mi posible futuro.
Porque cuando me vi sentada ante esa situación no pude evitar pensar en ser egoísta, sin embargo, por sólo un par de horas decidí ser valiente. Andar por la vida asustando gente con tu posible ausencia no es cualquier cosa. Y cuando uno quiere de verdad, sabe que a veces el silencio es el mejor regalo.
El susto pasó, por ahora. Pero no sin dejarme cambiada. Es como si me dieran una probadita del final y decidí reacomodar perspectivas. Sentir que la vida se te acaba antes no te hace ni más inteligente, ni más sabio, ni más maduro. Te hace sentir más real, más humano. Me sentí celosa de todas las personas que tienen buena salud y luego recordé que nadie tiene el siguiente día asegurado. Todos vamos hacia el mismo lugar y el camino es lo que cuenta. Enojarse, gritar, estar triste, decir lo que uno siente, amar, abrazar, reír, todo es vida.
Si de algo me sirvió el susto es para dejar de pensar que tengo que vivir como una santa en santa paz. Vivir se trata de todo. De lo negro, lo blanco, lo azul, lo amarillo y todas las posibles combinaciones, unas bonitas, otras no tanto.
Saludos realistas,
La Citadina