Romper cabezas

He de confesar que una de las actividades que más me divierten, me entretienen y disfruto es armar rompecabezas.

Hace poco entré a una librería y vi uno, estaba a punto de comprarlo pero por algo me detuve, no quería gastar. Dos semanas después regresé por él después de tener una semana intensa en la que me di cuenta que no hay muchas cosas que hago día a día que realmente disfruto. Quería jugar.

Como novata mi fijé en el diseño y no en la complejidad. El diseño que escogí fue del artista Klimt con la obra de El árbol de la vida. Una vez que investigué, descubrí que la imagen del rompecabezas es sólo una tercera parte de la obra original.

Empecé por ordenar, separar y clasificar dos grandes grupos: orillas y todas las demás. Rápidamente armé el contorno, me sentía productiva, ágil y sagaz. Proseguí a darle forma a la mujer de la obra lo cual representó un ligero reto pero la variedad de colores me ayudó a avanzar rápidamente. Me sentía feliz, ligera, divertida.

Luego pasó algo terrible. Me di cuenta de la complejidad del rompecabezas que había escogido: dos terceras partes eran del mismo color y simplemente unos garigoles muy similares los unos a los otros. Fue cuando me di cuenta que ya no estaba tan divertido este juego. Me enojé, me frustré, me desesperé y dejé abandonada la obra durante una semana. No la quería ver, quería fingir que no existía, pero cada vez que pasaba por la mesa donde estaba me torturaba con un suspiro que decía: fracasaste.

A la semana decidí sentarme a resolver algo. Decidí que aunque pusiera una pieza lo iba a contar como una victoria. No logré ni una sola pieza ese día, pero de tanto ver las piezas empecé a descubrir sutiles claves que no había visto antes. Descubrí que había dos tipos de piezas, por lo que las dividí. Luego me di cuenta que había unas con más color que otras, unas con más garigol que otras, unas sin garigoles. Las organicé con un sistema de clasificación espectacular. Al día siguiente un poquito más animada pude colocar la primera pieza y otras cuatro más. Y así cada día hasta que por fin lo acabé.

En todo este proceso descubrí algo muy curioso. Así soy en la vida, me imagino el rompecabezas armado y me precipito por llegar al resultado final. Cuando el camino es complicado, incómodo o muy retador me desespero, me bloqueo, me enojo y luego tapo, ignoro y me intento olvidar del asunto mientras me atormenta con susurros. A veces el camino no es como nos lo imaginamos, pero el camino es el resultado.

Al final el rompecabezas quedó armado, lo dejé una semana en la mesa y lo contemplé en su estado final hasta que lo desarmé para guardarlo. Me di cuenta de que contemplarlo terminado me hacía sentir satisfacción, pero nada de diversión. El camino es lo que cuenta y muchas veces (para mí) el camino menos transitado.

Saludos,

La Citadina.

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