La semana pasada hablé de cómo traigo en la cabeza la idea de rigidez y flexibilidad. Rigidez siendo igual a muerte y flexibilidad igual a vida.
No puedo evitar sacarme esta idea de la cabeza. El fin de semana me encontré sentada en medio de un jardín en una conversación incómoda en la que se dijeron cosas que no me sentaban bien. Mientras escuchaba las ideas expuestas por el orador yo estaba sentada ante el público de amigos que pacientemente escuchábamos. En mi interior había una revolución, estaba indignada y enojada. Intenté relajarme regresando al presente. ¿Cómo se logra esto? De la manera más sencilla y complicada. Podemos empezar a respirar de manera más consciente, inhalando y exhalando. Después podemos empezar a concentrarnos en nuestros sentidos y todo lo que nos rodea. ¿A qué huele? ¿Hace calor o hace frío? ¿Sabe a algo el aire que nos rodea? ¿Qué hay de fondo? ¿Cuántos ruidos puedes identificar? Y lo más fácil ¿Qué puedes ver? Fíjate en los detalles.
Hice todo esto y poco a poco aterricé en ese pedazo de realidad. El único que realmente existe: el preciado presente. En ese momento escuchaba a mi compañero que seguía hablando y me di cuenta que todo puede ser mucho más fácil.
A mi derecha había una planta en una maceta. Era una bugambilia con un olor peculiar. Entre sus flores y ramas tenía enredado algo que no lograba entender si era una hierba que la estaba invadiendo. Me di cuenta que lo que la complementaba era una planta de epazote. Dos especies de plantas completamente diferentes. Una decorativa y otra comestible. Y ahí habitaban en la misma maceta muy felices las dos.
Me di cuenta también de que las dos plantas tenían partes secas y partes vivas. En mi afán de afianzar la teoría de rigidez y flexibilidad quebré un par de ramitas afirmando que rigidez es igual a muerte. Pero de repente me encontré con una rama aparentemente seca pero no se rompía, estaba viva. Todo esto me llevo a pensar muchas cosas.
¿Será que podemos compartir misiones diferentes pero crecer y alimentarnos de la misma tierra?
¿Podemos ser tan diferentes pero convivir en perfecta armonía?
¿Podemos ser flexibles pero firmes como la rama aparentemente seca pero inquebrantable?
Yo creo que sí.
Saludos herbolarios,
La Citadina.