Esto de trabajar en casa me ha tenido bastante ocupada, desorganizada y despeinada. El otro día entró Sr. Novio al departamento después de un día completo de trabajo para encontrarme sin bañar, con el chongo más desarreglado de la historia y con los ojos rojos de estar tanto tiempo viendo la pantalla de mi computadora, posiblemente las letras del teclado tatuadas en las yemas de los dedos también.
Mi rutina está empezando a tomar forma y estoy aprendiendo cómo funcionar y ser productiva en un ambiente en blanco, sin límites. Al principio la libertad puede ser abrumadora porque ¿qué pasa después de tener tantos años un horario por cumplir, un lugar en el que estar, instrucciones por seguir?
Estos días han sido para desconectar y reconectar al mismo tiempo. Dejar atrás lo que tenía que hacer y hacer espacio para lo que quiero hacer. Las lecciones que he aprendido son bastantes y grandes, de esas que se van a ir a la lista de cosas que he aprendido a los 32 años (cada año intento escribir lo que he aprendido y lo releo en mi cumpleaños). Pero no todo es iluminación absoluta, he aprendido que los detalles también cuentan y mucho.
Debo confesar que esta etapa la tenía muy idealizada y cargada de pendientes. Durante meses o tal vez más de un año, todo lo que quería hacer, lo posponía para “cuando tuviera tiempo”. Así que la primera semana que tuve un horario libre decidí hacer un detox que casi me hace renunciar por siempre a las verduras, hacer ejercicio que me dejó casi inmóvil por el intenso dolor muscular, ordenar mi casa la cual quedó más desordenado que antes (no me sentí tan bien ni me podía mover con tanta agilidad), una pila de 5 libros medio empezados que quería leer y yo sentada en el sillón tan cansada que lo único que podía hacer era estudiar a mis vecinos de enfrente y tratar de descifrar porqué nunca abren sus persianas, qué comen y sobre todo a qué se dedican con esos horarios tan extraños. No me quiero ni imaginar lo que han de pensar de la vecina de enfrente (yo).
Así que por si alguien está considerando tomar un salto de fe y limpiar su horario de obligaciones como yo, les dejo un par de tips más productivos que la bitácora de la vida de los vecinos:
- Siempre vestirse con ropa de verdad (no que anduviera encuerada o con ropa falsa, pero me ha pasado que me quedo en pants y sudadera)
- Bañarse diario
- Salir a ver el mundo
- Poner mantel, cubiertos y sentarse a comer en comedor (o lugar indicado para comer)
- Salir a tomar el sol si hace demasiado frío o te sientes solitario
Ya sé que mis conclusiones son extrañamente obvias, pero créanme. No lo son. Cuando uno deja de TENER que hacer cosas la perspectiva cambia. Y eso es parte de la magia que he encontrado en esta nueva etapa. Es como si alguien borrara todos los archivos de la computadora y empiezas a escoger qué meter de nuevo y cómo ordenarlo.
¿Mi sugerencia? Puras cosas buenas.
Saludos reinventados,
La Citadina.