La cosa más dulce

Llevo 17 días sin azúcar y contrario a lo que uno podría pensar estoy empezando a encontrar cada vez más cosas dulces en mi vida cotidiana. Y es que dicen que cuando uno deja el azúcar el paladar va cambiando y te sabe dulce cosas que antes no notabas. Como por ejemplo me he dado cuenta que la leche es dulce, ya sea de almendra o la entera de vaca. Y por ende, un cappuccino (sin azúcar obvio) es un súper postre.

Lo curioso es que no sólo he encontrado estas sutilezas de dulzura escondidas entre leche y tés, también las he empezado a encontrar en mi vida cotidiana.

Me he dado cuenta de que muchas veces refugio mi frustración, mi enojo, mi tristeza y desesperación en algún pecado dulce como en una dona, un chocolate, una galleta, una crepa. Y ahora que no tengo a dónde recurrir me he encontrado con 2 opciones para resolver esto: he tenido que encontrar una alternativa o me he tenido que enfrentar con la realidad.

En el caso de buscar alternativas he descubierto que caminar es de las cosas que más me ayudan a despejarme y a liberar la ansiedad. Y en el caso de enfrentarme con la realidad ha sido mucho más incómodo pero muy enriquecedor.

He descubierto que tras meses de poca paciencia, tengo más que antes. Ya sea conmigo mismo o con los demás. Disfruto de las tardes con Sr. Novio más que antes porque ahora me concentro en él y en nosotros y no en el antojo del momento (que solían ser muchos y los TENÍA que satisfacer aunque tuviera que caminar 3 kilómetros por un agua de horchata (que por cierto sigue siendo la mejor que he probado en Ojo de Agua).

Pero no todo es blanco, también hay negro. Hay una área en mi vida que desde que dejé el azúcar desprecio cada día más. Una amiga hace poco me preguntó si mi desprecio no sería a causa de la falta de azúcar [curiosamente la gente constantemente me busca pretextos para que yo pueda comer azúcar de nuevo]. Descarté la idea de inmediato pero no pude evitar regresar a esa idea. Lo cual me ha hecho pensar en una cosa: los momentos en los que más me daban ataques de antojos eran cuando estaba en esa situación particular. Y ahora que no tengo algo dulce para llenar ese antojo recurro nuevamente a la realidad, que sin un curita y una aspirina para tapar y anestesiar ahora no me queda más que enfrentarme con lo que siento.

He notado que al vivir sin azúcar no me puedo concentrar igual pero que mis ideas están más claras que nunca. Tengo la esperanza de que cada día esa claridad esté más al alcance y que la pueda expresar con más facilidad. Estoy consciente de que la eliminación de este famoso ingrediente de mi dieta no sea la causante de todos estos aprendizajes, pero lo que sí lo es, es mi necesidad de estar tan presente y sin lugares para huir, esconderme ni anestesiarme.

Saludos (sin azúcar),

La Citadina.

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