¿Por qué no pensamos en Dios cuando nos estamos divirtiendo? Puede ser que ustedes lo hagan y yo no. Pero, sean honestos. ¿Cuándo pensamos en Dios? En la mayoría de las ocasiones, recurrimos al todopoderoso cuando estamos en problemas. Cuando, irónicamente, se siente el calor del infierno. El chamuco merodea y las palabras toman forma de plegarías. Un amigo muy querido dice: «Vas a pedirle a Dios cuando tapes el baño de la casa de tu novia.»

Se le pide a Dios con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta. Diosito, si me sacas de ésta te juro que no vuelvo a chupar. Una vez librado el problema se celebra con una chela. La cerveza no cuenta como trago fuerte, siempre cabe el pretexto. Es más fácil recurrir a Dios que pensar antes de actuar. Todas nuestras acciones tienen consecuencias, pero el impulso triunfa sobre la reflexión.

La manda, promesa mediante la cual se renuncia a algo a cambio de un favor divino, surge como último recurso ante la tragedia inminente. ¿Por qué preocuparse si uno puede ocuparse? Desde morros, los mexicanos dejamos todo para el último. El chamaquito se acuerda de la cartulina el domingo a las 20 hrs, cuando se la pidieron desde el miércoles. Pero las costumbres se maman en la casa. No es de sorprender que Enriquito sea un desobligado cuando ve a Enrique (papá), quedar mal en la chamba por ser un huevón.

No es casualidad que San Judas Tadeo, el santo de los casos desesperados, sea uno de los que cuenta con el mayor número de adeptos en México. Recurrimos a la religión porque no somos responsables, es más sencillo culpar a lo divino que madurar y entender que cada acción tiene una reacción.

Dios todopoderoso, sálvame de todos mis desmadres…

Amén.

Saludos intergalácticos