Todavía me acuerdo la emoción que me causó en la escuela cuando me anunciaron que ahora mis apuntes se tenían que hacer con pluma, no con lápiz. Me sentí por fin como una adulta con mis 2 plumas: la azul y la negra. La roja seguía prohibida porque con esa te calificaba la miss.
El lápiz siempre se me hizo de niños, de tontos, de los que se equivocan y tienen que borrar. La pluma es más seria, más elegante, más definitiva, más autoritaria. Y es así cómo empezó mi afán por las plumas, como buena perfeccionista: eran la elección preferida.
Siempre me ha gustado tener una agenda en la que apunto lo que tengo y quiero hacer. Claramente esta labor de apuntar la hacía con pluma. Sin embargo, hace un par de años aprendí algo interesante sobre el uso del lápiz con un cuate medio hippie con el que tomé un par de cursos. Resulta que en esa época de mi vida me causaba muchísima frustración que me cancelaran o cambiaran planes. Me ponía como energúmena y me tomaba todo demasiado personal. Por lo que él me dijo lo siguiente:
Escribe tus planes con lápiz
En ese momento me enseñó su agenda y me explicó como todos sus compromisos los escribía en lápiz, no con pluma. Me explicó que con la pluma todo parece ser más definitivo y en esta vida, las cosas, la gente y sobre todo los planes cambian constantemente.
Hoy, mi agenda está escrita casi toda en lápiz. Si algo he afirmado más este último año es que la vida es todo menos estática y mucho menos predecible. Cada minuto que pasa cambian cosas. Cada segundo es diferente, las nubes avanzan, el sol se oculta, la gente crece y los planes cambian.
Hoy, los invito a que piensen qué cosas quieren escribir con lápiz y qué con pluma.
(El lápiz es muchísimo más divertido).
Saludos con lápiz,
La Citadina.