Hay noticias que ya ni noticia parecen. No porque no sean escandalosas, sino porque el escándalo tiende a hacerse la norma. Se ha sabido que Walter y Yoswal Gavidia Flores, hijastros bon vivants de Nicolás Maduro, han estado en Madrid de vacaciones. Dieciocho largos días en una suite del suntuoso hotel Ritz son sin duda un escándalo, tratándose de un par de cachorros del hoy maltrecho socialismo del siglo XXI, quienes encima de eso se mueven por el mundo en aviones privados, sin mucho preocuparse por el qué dirán. Pero si el mundo ya no se escandaliza de que quienes se jactan de trabajar por los necesitados echen mano de terrorismo, secuestro y narcotráfico para alcanzar sus metas inmediatas, qué más dan los derroches de los falsos humildes.
No basta con que el fin justifique los medios. La idea es de una vez santificarlos, por hediondos que sean y es más, por eso mismo. Las causas bendecidas, nos dicen sus acólitos, no se deben medir con la vara común, pues una cosa es ser un traficante y otra muy diferente un héroe que trafica. En el caso de los hermanos Gavidia, tocaría acreditar su condición de hijos de Cilia Flores, la inefable Primera Combatientepara quien la familia —“humilde”, puntualiza ante las cámaras— es siempre lo primero.
Sobra ya calcular, con el afán maniqueo de siempre, cuántos cuchos bolívares hacen falta para pagarse una suite en el Ritz o un vuelo charter. Si acudimos al caso de Francisco Flores Freitas y Efraín Campo Flores, los sobrinos de la Primera Combatiente hoy presos y confesos de traficar 800 kilos de coca, nos tocará entender que muchachos como estos apenas si se ensucian las manos con bolívares, habiendo tanto dólar por lavar. Otra noticia que tampoco es noticia, si hace ya muchos años que Hugo Chávez santificó la lucha de la narcoguerrilla.
¿Desde cuándo parece novedad que las autoridades venezolanas den nacionalidad, pasaporte y empleo a terroristas de ETA, las FARC y Hezbolá, por ejemplo? ¿A alguien aún le sorprende saber que en Venezuela opera una legión de espías cubanos cuya misión consiste en replicar allí el Estado policial del que provienen? ¿Parece extraordinario que al vicepresidente Tareck El Aissami, un pájaro de cuentas famoso por sus rudas amistades, se le acuse de nexos con el Estado Islámico? Una vez que el escándalo se nos hace costumbre, aplicamos la lógica del sinsentido —o sea ninguna lógica— para rehumanizar la atrocidad. Ahora bien, si el origen del escándalo cuenta con el aval de una causa piadosa —luego entonces es parte de una cruzada—, lo único escandaloso será pedir cuentas a los responsables.
El fuero del cruzado proviene de un Estado de excepción que le otorga licencia —temporal, en teoría— para obrar igual que un facineroso en la persecución de ciertos ideales. Lo de menos es si ha de cometer infamias pavorosas, por las que otros purgan una vida en la cárcel o son ejecutados sumariamente, ya que en su caso lo hace con unas intenciones intachables. Al triunfo de su lucha, nos promete, ya no será preciso recurrir al abuso criminal para hacerle justicia a su misión. El homicidio, al fin, volverá a ser innoble.
¿Debemos, pues, creer que quien ayer robaba, traficaba, secuestraba y mataba por sus barbas, despertará al reino de la justicia transformado en un ciudadano modelo, por efecto del triunfo de la bondad en armas? Todos los días sale gente de la cárcel con esas manifiestas intenciones, para hilaridad de sus viejos camaradas. Sólo que a ellos no hay quien los santifique, pues se asume que obraron sin una causa noble de por medio. Una vez en la calle, es de esperarse que hagan lo que saben hacer, aun a despecho de esa mala conciencia que al maleante con causa le hace los mandados. ¿Mas cómo hará este último para cambiar de mañas, si no conoce ni el remordimiento?
Llamarse “combatiente” desde el poder omnímodo y ejercerlo con lujo de bandidaje, en perjuicio de aquellos a los que se juraba defender, es una atrocidad escandalosa que se llama fascismo, independientemente de su signo. Aunque no hay que ir tan lejos para nombrar los modos de Maduro y la banda de maleantes que asesina, trafica, secuestra, tiraniza y se enriquece sin el menor asomo de vergüenza. Como el de tantos gánsters encumbrados, su combate consiste en la preservación de un despotismo férreo sin el cual sus pescuezos impostores no valdrían para maldita la cosa. A la mierda la causa, quieren impunidad.
Sobran los defensores para una tiranía escandalosa. Miopía selectiva, que le llaman. Se ejerce con muy buenas intenciones, a menudo tiesas y comodinas. “¿Cuál escándalo?”, chillan, cargados de razones desechables a favor del tirano y sus esbirros. La cárcel está llena de fulanos así: sencillamente nada los escandaliza.
Este artículo fue publicado en Milenio el 29 de julio de 2017, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.