Dicen los enterados que hay de golpes a golpes. O que los golpes son como los tumores, unos malignos y los otros benignos. No es fácil explicarlo, pero el ejemplo ayuda: delante de una turba de hinchas desgarbados, el presidente que recién consumó un autogolpe de Estado echa pestes contra las “aventuras golpistas” de la oposición. Delante de él, por sobre las cabezas de su público, se alzan varios anuncios espectaculares que glorifican el 4F. Es decir, la fallida aventura golpista que hace 25 años llevó a la cárcel al teniente coronel Hugo Chávez Frías.
Si preguntamos a sus protagonistas, beneficiarios, clientes y corifeos, aquel putsch fracasado no fue sólo benigno, sino ejemplar, glorioso y ojo: histórico. La diferencia básica entre el golpe y la gesta está en que aquél lo cometen los otros, mientras que un golpe “bueno” ni a golpe llega. Pues al contrario, en todo caso es un golpe de suerte que pone al pueblo al mando del timón, en las personas de los queridos golpistas. Es decir, de los salvadores de la Patria, porque en ese detalle el guion es siempre igual. Antes de que el 11S fuera lo que hoy es, Augusto Pinochet lo celebraba como Día de la Liberación Nacional.
Según sus auspiciosos perpetradores, todo cabe en un mismo estado de excepción, a partir de su origen legítimo a la fuerza. La situación, nos dicen, “era ya insostenible”, tanto así que “habría sido irresponsable” no tomar cartas en el asunto. Y como al fin se trata de golpistas buenos, cargados de preciosas intenciones, hay que empezar por hallar en los otros —es decir, los golpeados— a los auténticos golpistas de la historia. ¿Dónde más obtener, si no en el viejo truco del pleito ratero, la autoridad moral de pacotilla que hará del golpe bajo acto piadoso?
No acabo de entender de qué se espanta el mundo con los Chávez Boys. ¿Había que esperar 25 años para encontrar en esa pandilla de mandones a los protagonistas de un gorilato? Hace más de tres lustros que los golpistas de la boina roja trabajan con sistema y sin descanso en el desmantelamiento de las mismas instancias democráticas que en su momento los llevaron al poder. Un trabajo acucioso que día a día hace de la participación ciudadana una forma de disciplina cuartelaria. Un cuartelazo terso que se ejecuta a plazos, para poder decir que se cumplen las formas y taparle la boca al descreído.
Que yo sepa, un país donde hay presos políticos, impera la censura, el Poder Judicial sirve invariablemente al Ejecutivo y las resoluciones de los legisladores son inutilizadas por toda suerte de decretos y sentencias a medida es, en los hechos, una dictadura, por más que sus beatísimos partidarios se den golpes de pecho y tachen de “golpistas” a sus críticos. Una táctica burda aunque efectiva, allí donde es pecado albergar ideas propias, que empieza por la treta de releer los hechos y relativizarlos a su antojo y conveniencia.
¿Qué es una democracia? ¿Dónde empieza y termina una dictadura? Todo depende, al fin, de quién esté dictando. Pues una cosa es esa democracia a la que el dictador emocional ubica entre comillas y otra La Verdadera Democracia. Cuestiones religiosas, por lo visto. El golpista de pecho vive de excomulgar a esos falsos demócratas que se atreven a pensar por su cuenta: más tarda en sospechar el pecado probable que en denunciar el hecho consumado. Y ay de quien no le crea, porque le caerá encima la sospecha, es decir la automática certeza, de ser parte de una conspiración en contra de la causa más noble del mundo, que por supuesto es la del buen golpismo.
No hay que ir hasta el Palacio de Miraflores o la Casa Blanca para dar con ellos. Se los ve por aquí, cargados de razones de por sí indebatibles —artículos de fe, prácticamente—, unas cuantas mentiras biensonantes y ciertas abstracciones cursilonas, amén de fatalmente subjetivas, como la tan sobada dignidad. Al golpista de pecho, siempre sediento de motivos a modo para zurrarse en el orden vigente, el temita tramposo de la dignidad le viene cual medalla al orgulloso pecho. ¿Quién va a ser el indigno que no tome sus prédicas por órdenes? ¿Qué mayor dignidad imaginamos que formar filas en el buen rebaño?
Nada seduce tanto al golpista de pecho como soñarse parte de la Historia, esa suerte de juez inmarcesible que condena o absuelve a los mortales ya no por la rudeza de sus medios, como por la pureza de sus fines. ¿Cuántos inquisidores y verdugos no pensaron así? La Historia, sin embargo, apenas si distingue entre tantos colegas de Torquemada. Y lo mismo sucede con los sátrapas, son todos confundibles, a la larga. Es decir, van a dar a un idéntico basurero, por más golpes de pecho que los avalen.
Este artículo fue publicado en Milenio el 1 de abril de 2017, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.