El papel de la añoranza

¿De papel o electrónico? La pregunta es capciosa de por sí. Hasta hoy, en mi experiencia, la mayoría espera que respondas “papel” y reafirmes así sus sentimientos. Porque este es un asunto para sentimentales. Un libro de papel nos resulta entrañable no solamente por su contenido, sino de paso por la facha y volumen que lo representan. Lo lleva uno consigo acá y allá, se lo muestra a amistades y curiosos, e incluso en ciertos casos opera como signo de identidad. Nadie que traiga un libro bajo el brazo debería quejarse por falta de amigos, ¿pero cómo hace uno para amistarse con un archivo electrónico?

No es la primera vez que nos sucede. Cuando el disco compacto reemplazó al acetato, uno extrañaba aquel mágico aroma del LP recién desempacado (aunque no fuera propiamente el disco, sino apenas la funda de cartón, lo que realmente nos olía a nuevo). Y hoy que todo se guarda en ciertas plataformas de acceso planetario, las piezas musicales son meras entidades abstractas que suenan cuando y donde que se nos pega la gana.

El ritual de sentarse a escuchar un buen disco ha desaparecido, a cambio del acceso infinito y permanente a millones de archivos digitales, donde también figuran las portadas de los discos que alguna vez poseimos. Me encantaría decir que extraño mis rayados elepés, por cuanto esto me empuja a la nostalgia, pero lo cierto es que ya casi todo lo oigo a través de Tidal, Spotify o Apple, en una orgía sonora sin orillas a la que no querría renunciar.

Uno de los motivos sentimentales para esquivar los libros electrónicos era no poder verlos en mi librero. Otro era el esporádico placer de encontrar ediciones en pasta dura y manosearlas como un gran juguete. Porque los buenos libros son juguetes, y en cuanto tales tienen dimensiones. ¿Cómo entender que sean nada más que apariencia y para ser leídos requieran de una prótesis electrónica? Y sin embargo tienen sus ventajas, mismas que crean costumbre, apego y dependencia. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando se hace preciso regresar cien o doscientas páginas atrás en busca de una línea indispensable? El formato electrónico permite hacerlo de manera instantánea; en papel, lo probable es que esté uno perdido y le tome un buen tiempo encontrar su camino. No digamos si el libro lo leyó hace unos años y la memoria insiste en hacer trampas.

Me pasa últimamente con las novelas negras. Víctima de una gula impostergable, he estado devorándolas a un ritmo aproximado de tres por semana. Y como en estos tiempos de multitasking no faltan las malditas distracciones, a menudo se me enredan los nombres, los lugares, los pequeños detalles concernientes a un género cuyas mejores tramas son meros mecanismos de precisión, ahí donde nada sobra y cada cosa tiene su lugar. ¿Cómo podría volver sobre mis pasos, sacudirme las dudas y seguir adelante con la historia sin un providencial mecanismo de búsqueda? El privilegio de ir y venir por las páginas me permite un contacto especialmente íntimo con el libro, mismo que de otro modo me exigiría hacer ilimitadas fichas de trabajo, y yo vine a leer, no a camellar.

Claro que es muy bonito hallar un libro que buscaste por años, pero encuentro aún mejor dar con él en segundos y empezar a leerlo en un par de minutos. Un disco inconseguible o un libro raro eran tesoros que uno guardaba con placer, celo y orgullo, pues había sido un triunfo poder disfrutar de ellos en exclusiva. Me pregunto, no obstante, qué pierden egoístas, díscolos y pedantes si aquel ignoto texto llega a ser apreciado por una verdadera multitud de lectores.

¿En qué quedamos, pues? ¿De papel o electrónico? No tengo una respuesta terminante, pero el antojo dice que el formato no importa con tal de que esas páginas se dejen ver lo más pronto posible. Y al demonio los sentimentalismos.

Este artículo fue publicado en Milenio el 20 de mayo de 2023, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Foto:

https://www.elsoldetampico.com.mx/circulos/e-book-el-libro-electronico-al-instante-lo-conoces-8542916.html

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