La idea era escribir esta columna en torno a la inminente consignación penal del antimexicano Donald Trump, pero existe un obstáculo a mitad del camino que no me deja llegar hasta allá: algo así como cuatro decenas de muertos.
No, no eran mexicanos, ni vendían huachicol, ni fueron obligados por cobardes siniestros a secuestrar camiones en nombre de utopías prostituidas. Eran todos valientes, sin embargo; tanto que se lanzaron a recorrer de cabo a rabo un país extremadamente peligroso, sembrado de bandidos y matones –donde ni los locales solemos atrevernos a viajar de noche– sin más papeles que unos pocos ahorros, ni otros conocimientos que los básicos, ni mejor arma que su puro arrojo. En un mundo plagado de gente conformista y pusilánime, los héroes de esta historia viajaron varios miles de kilómetros, a saber en qué hostiles circunstancias, en busca de una vida preferible a aquella a la que estaban condenados. Eran la mejor gente, murieron en el peor de los lugares.
Hace falta una cara más que dura para llamar “albergue” a un vil ergástulo. Hasta donde sabemos, los albergues no requieren de rejas y candados, ni son sus inquilinos sujetos a chantajes descarados para poder salir. Ninguno cometió el menor delito, pero su solo encierro delata uno muy grave a manos del Estado: privación ilegal de la libertad. Una ofensa que los secuestradores pagan con más de media vida tras las rejas. Los hoy difuntos fueron secuestrados, encerrados en condiciones ignominiosas y privados de acceso incluso al más elemental de los satisfactores –pues ni agua se les daba– hasta encontrar una muerte dantesca en las manos de quienes se habían comprometido a protegerlos. ¿Y cómo es que esta infamia escandalosa le puede parecer exagerada a cualquiera que no sea primogénito de la gran puta?
Vivo en un país donde el patrioterismo se queja ancestralmente del trato que reciben los paisanos de parte del U.S. Immigration, pero pocos reparan en las incomparables vejaciones que aquí sufren quienes vienen del centro y sur del continente, no hace diez ni veinte años sino desde la noche de los tiempos, sólo que mucho peor en los actuales, con todos los caminos sembrados de peligros infinitos y unas autoridades irresponsables, amén de incompetentes y con harta frecuencia corrompidas –desconfiadas, por cierto, de todo lo extranjero, por un viejo complejo que está de nuevo en boga–. Tampoco es, por lo tanto, exagerado decir que mi país viene a ser hoy en día el paso de la muerte para los migrantes.
Quienes hoy nos prometen una investigación van en busca del último responsable, que es el pobre infeliz que trabajaba como carcelero, siguiendo directrices tan estúpidas como desaprensivas, sin el menor poder para revertirlas. La autoridad ataca al estornudo, pero ni hablar de molestar al catarro. Y como en este pueblo la autoridad no puede equivocarse –lo cual quizás explique esa manía silvestre de atender los reclamos con insultos– debemos conformarnos con saber que aquí nada de nada va a cambiar, como no sea para ponerse peor. ¿O es que algún funcionario ha renunciado tras esta o cualquier otra de las tragedias ocurridas en los últimos años? ¿Hay alguien por ahí que dé la cara –sin mentir ni calumniar– por las ya numerosas desgracias provocadas a partir de soberbia, ineptitud, negligencia, servilismo, abandono, politiquería, corrupción y abierta displicencia de las autoridades en teoría responsables de que México no se vaya a la mierda? ¿Y no son los artífices de este inmenso desastre cómplices de las mismas dictaduras que hacen huir en masa a los migrantes?
El de los asfixiados y quemados en un ergástulo de la Secretaría de Gobernación no es un hecho aislado, sino síntoma de una misma podredumbre. Mientras la incompetencia sea la regla, la ignorancia virtud, mérito la pobreza, dudosa la palabra, pecado los anhelos y humanismo la pura hipocresía, el infierno de muchos seguirá siendo México, para angustia y vergüenza de los mexicanos.
Este artículo fue publicado en Milenio el 1ero de abril de 2023, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.
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