Los falsos imparciales

Dicen que son neutrales, pero no ocultan que están enojados. Hablan de libertad y autonomía, pero desvían la vista frente a quienes pretenden suprimirlas. Aseguran simpatizar con los agredidos, si bien defienden a los agresores (pobrecillos, ellos qué culpa tienen). Juran estar en contra de las tiranías, a menos que parezcan democracias. Piensan que el fin justifica los medios, y sin embargo ven con buenos ojos que los medios no justifiquen al fin. Aseguran hablar en nombre de la libre expresión, aunque no les preocupa que se insulte, persiga y segregue a quienes piensan de otra manera. Por eso llaman “guerra” a la invasión, “demócrata” al autócrata y “colaborador“ al vil esbirro. ¿Qué sería de los falsos imparciales sin el auxilio de los eufemismos?

Son legión quienes hablan pestes del villano, hasta que éste se digna sonreírles. Ya no parece entonces antipático, pues se sienten objeto de su preferencia y no quieren perder tan raro privilegio. “Es que es tímido”, dicen. O “extraño”, o “especial”. En todo caso creen que lo conocen y encuentran que es sincero y quizás en el fondo tiene un buen corazón. Una actitud que evoca la ingenuidad angélica de quienes se enamoran de gentuza y defienden sus peores insolencias con excusas baratas vestidas de argumentos. O quienes son amigos de traidores pero creen que a ellos nunca los traicionarán. Porque son “especiales”, ¿no es verdad? ¿Y qué va uno a decirles? ¿Ja, ja, ja?

Los falsos imparciales no suelen distinguir entre quien amedrenta pistola en mano y quien alza las manos por su vida. Con tal de quedar bien con el primero, a quien sin duda temen en secreto, tienden a homologarle con el segundo. Si saben de un ultraje a una mujer, se preguntan si acaso traía la falda corta. Si alguien te arrebató el reloj a mano armada, te regañan por ser tan ostentoso. Y si osa uno llamar a algún hijo de puta con todas sus letras, le sugieren que cuide sus palabras (no sea que el aludido pierda la paciencia). ¿Hace falta decir que esa imparcialidad de pacotilla delata una flagrante cobardía?

Tengo para mí que los cobardes son traidores en potencia. No por nada se esmeran en hacerse campaña como buenas personas y esgrimen la tibieza como escudo moral. Rehúyen manifestarse abiertamente, aun y sobre todo si ello les significa el menor de los riesgos. Navegan, claro está, con bandera de bobos, y alzan las cejas con sorpresa impostada si escuchan las verdades indignantes. “¿Tú crees?”, nos interpelan, cual si fuésemos unos exaltados y ellos los paladines del equilibrio. Pues, cobardes al fin, saben caer parados en toda circunstancia y les sobran excusas a la medida de su conveniencia. Un día te saludan y otro te desconocen, si de pronto te hallan inconveniente.

Los falsos imparciales prefieren desplazarse cuesta abajo que a contracorriente. Sus opiniones valen no porque sean genuinas ni personales, como por la tendencia que las origina, y si han de dar la cara por alguna necesitan ponerse la careta. No les preocupa a dónde nos lleva el regimiento, sino qué tal van ellos en el caballo. Pues el tema son ellos y sólo ellos, por mucho que se curen en salud con la coartada del bien general. ¿O es que quien es sincero y desinteresado necesita anunciarlo con megáfono?

Los falsos imparciales odian tomar partido, por eso siempre le van al que gane. Buscan su protección en la manada, generalmente a costa de una dignidad cuya ausencia jamás les quita el sueño. Porque ellos son neutrales y como tales flotan aun en medio de la turbulencia. Son los supervivientes esmerados que no se significan más que para sumarse a la inconsecuencia de los siempre conformes. Dicen que son neutrales y pasan por ingenuos, pero la Historia es clara a este respecto y les llama colaboracionistas. Diríase, de paso, sinvergüenzas.

Este artículo fue publicado en Milenio el 25 de febrero de 2023, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

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