El yugo de la barbarie

Menudean quienes creen que la auténtica libertad de expresión tiene que ver con la ausencia de reglas, empezando por las de ortografía. Asumen que es más fácil plasmar lo que uno piensa sin los grilletes de la corrección, que ya les persiguieron durante interminables cursos escolares y hasta la fecha encuentran totalmente superfluos, por no decir difíciles, tiránicos, elitistas, absurdos y anticuados. Lo de hoy, nos aleccionan, es escribir libre de cortapisas, tal como “sienta” uno las palabras, por más que nunca falte algún pesado listo para coartarle los arrestos.

Recuerdo, de la infancia, tres calamidades con un mismo prefijo: ortodoncia, ortopedia y ortografía. Aun a pesar de brackets, plantillas y regañinas, al paso de los años yo seguía teniendo los dientes chuecos, los pies planos y tres o cuatro fallas por renglón. Una vez terminada la primaria, mi madre decidió que no podía seguir con esa ortografía pestilente que a ella le avergonzaba más que a mí, y fue así que invirtió mis vacaciones en quitarme el estigma de una vez.

El método era simple: copiaba cada día un par de planas de la revista o libro de mi preferencia y luego reescribía veinte veces, una vez corregida, cada una de las palabras equivocadas. Decenas, al principio, que amén de largas planas correctivas me valían por memorables cagotizas, mientras los otros niños jugaban en la calle sin mi ayuda. “¿¡Cómo es posible, Xavier!?”, ponía mi mamá el grito en la estratósfera si encontraba más faltas que el día anterior. “¡Qué bruto!”, respingaba cuando veía un “estubo” luego de tres semanas de clínica ortográfica. Al cabo de dos meses, ya no tenía faltas: la honra familiar estaba a salvo.

Contra lo que suponen tantos perezosos, la buena ortografía no es fruto del estudio sino de la autocrítica. Los errores sólo desaparecen cuando se reconocen y se enmiendan. Cosa muy complicada en estos tiempos, cuando pocos toleran que se les haga ver el menor traspié y responden con ajos y cebollas a las observaciones mejor intencionadas. Detesta la barbarie mirarse en el espejo; le sobran las coartadas para persistir en aquellos defectos que teme irremontables, y es por ello que asocia con virtudes, como ese gusto por la “livertad” que le hace confundir alturas con abismos.

Claro que es delicioso dinamitar las reglas, si es que existe un motivo que lo valga, pero quienes destruyen lo que no conocen no son personas libres sino trogloditas. No saben lo que rompen, menos para qué sirve, de modo que en lugar de expresar sus ideas dejan constancia de la falta de ellas, por más vehemencia que hayan invertido en hacerse notar y hasta temer. Rompemos o torcemos una regla a cambio de imponer otros parámetros que habrán de sustituirla con alguna eficacia, y acaso funcionar como fina ironía o fruto del ingenio. Pero de ahí a tratar de hacer piruetas cuando no has aprendido a aterrizar hay un trecho marcado por el bochorno ajeno.

Conocí a un escritor con mala ortografía que se jactaba de darle la espalda a la Real Academia Española, sólo que sus relatos adolecían de fallas garrafales en sintaxis, congruencia e hilo narrativo. Se apreciaba en las líneas del rebelde-sin-pausa un desorden mental que terminaba por hacerlas enrevesadas, aburridas y al cabo incomprensibles. ¿Qué buscaba decir con esas parrafadas inconexas? Me daba la impresión de que no lo sabía. Él se decía libre de ataduras, pero evidentemente era un esclavo de sus insuficiencias y no tenía intención de corregirlas.

Dispensar en los otros lo indispensable para hacerse apreciar y respetar no es un gesto de buena voluntad, sino un modo seguro de marginarles. No es arduo ni costoso enseñarse a escribir con pulcritud y abrirse las fronteras de una libertad tan auspiciosa como insospechada: la de ser y decir “esto soy” y “esto quiero” con la frente tan alta como la autoestima. Aceptar menos que eso es condenarse a cultivar por siempre y ante todos el siempre lastimero humor involuntario.

Este artículo fue publicado en Milenio el 24 de septiembre de 2022, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s