La ley de la insolencia

“¡Hazle como quieras!”, invita el insolente, con hombros encogidos y gesto de apatía, al verse arrinconado por tus exigencias. No es un exhorto ni una concesión, sino concretamente un desafío e inclusive un desplante de bravuconería. “Consigue un abogado, cómprate una pistola, que aunque tengas razón no me das miedo”, dice al fin el mensaje, con un toque sardónico que busca escarnecer a su destinatario tallándole en la cara su derrota inminente, de forma que equivale a declarar que tus ruegos, reclamos y advertencias se le resbalan y le pelan los dientes. Vamos, que le das risa con todo y tu problema, por más que sea el causante y tenga obligación de repararlo.

El hazle-como-quieras da cuenta del fracaso de la razón ante la iniquidad del hecho consumado. Lo de menos es si la ley te apoya, o si a todos les consta que la verdad te asiste, pues te falta el poder para hacerlas valer. Y eso es precisamente de lo que se jacta quien recién ha hecho mofa de tus argumentos y te conmina a dar el paso siguiente, a sabiendas de su inutilidad. O al menos a eso apuesta la bravata: ahí donde no opera más ley que la de Murphy, lo probable es que acierte y se salga con la suya.

Es natural que el hazle-como-quieras le sea a uno aplicado en los dominios de la informalidad. Piratas, buscavidas o aprietatuercas saben que en su negocio no caben garantías, ni la razón le asiste a cliente alguno. ¿Quieren comprar barato? Deben entonces aguantar la vara de quien se mueve al margen de la ley, y en tanto ello renuncian al derecho de que ésta les ampare de cualquier manera. Más que clientes son cómplices y su papel consiste en cerrar el pico.

No hace falta hoy en día saltar al otro lado de la legalidad para hacerse rehén de estos abusos, pues el gustado efecto hazle-como-quieras ha permeado en instancias alguna vez formales y ahora contagiadas de la misma indolencia retadora. Criminal o burócrata, congresista o influencer, con poder o sin él, cualquiera se siente hoy empoderado para ufanarse de una impunidad que en teoría a nadie perjudica y en realidad a todos nos sojuzga, ya que desde su origen apela a la disfuncionalidad del sistema completo. Nada funciona bien, luego entonces todo me saldrá gratis.

Algo huele muy mal cuando un país entero se somete a la ley del hazle-como-quieras y la desfachatez gana terreno en los escalafones que uno creería serios por necesidad. ¿Pero qué es lo que ocurre cuando desde el poder se nos repite que la ilegalidad es hecho consumado y si no nos parece ya podemos rascarnos con nuestras individualistas uñas? Si yo fuera un maleante consumado, esta clase de retos e invectivas sería música para mis oídos, ya que prácticamente significa que cuento con muy amplias garantías para llevar a cabo cualquier atropello sin temer a mis víctimas ni pagar consecuencias. Que le hagan como quieran, no faltaba más.

Así como quien compra mercancía robada sufrirá al reclamar el trato de cliente, los ciudadanos vemos que entre quienes se encargan de que las leyes se hagan respetar menudea la gente inconsecuente, cuando no la flagrante podredumbre. ¿Cómo va a sorprendernos que los maleantes ganen nuevas canonjías, si ellos saben tan bien como nosotros que el poder simpatiza con su causa antes que con la nuestra? ¿Cómo es que no son ya ellos sino nosotros quienes nos escondemos y vivimos con miedo, porque sólo su ley se aplica en todas esas calles y carreteras que hace tiempo dejaron de ser nuestras? ¿Cómo explicar, al fin, que aquellos funcionarios soberbios y encumbrados cuya chamba consiste en atendernos opten por la insolencia de lavarse las manos con la sonrisa puesta, igual que un malandrín ajeno a los escrúpulos? Háganle como quieran: tal es la explicación.

Este artículo fue publicado en Milenio el 30 de julio 2022, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

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