¿Qué culpa tiene el idioma?

“Lo que pasa es que Juan es un hombre muy generoso con las palabras”, me explicó cierta vez una amiga afligida cuando le pregunté por la fragilidad de su relación. La ironía, por supuesto, era tan evidente que expresaba precisamente lo contrario. Decimos que un sujeto es generoso por su capacidad de desprendimiento: renuncia a algo que es suyo, o que le corresponde o quizá se merece, con tal de que otro ser viviente lo disfrute. Y esto no es lo que pasa con las palabras, menos aún con la palabrería, ahí donde los auténticos generosos son quienes se resignan a aguantarla. Lo duro no es hablar, sino atender.

No es fácil aceptar –menos aún para quien vive de ellas– que las palabras son mercancía barata. Pero las evidencias están ahí. A la gente le cuesta más callarse que abrir la llave de la verborrea, y tampoco es que piensen lo que dicen, o tan siquiera digan lo que piensan. Pues las palabras son también tapadera y con frecuencia se usan para disimular una incomodidad o un desperfecto, cuando no una catástrofe, una infamia, una vergüenza que se quiere enterrada. Para todos los males de este mundo disponemos de enjambres de palabras que los relativizan, o los niegan, o parecen borrarlos del paisaje inmediato, pero lo único claro es que no los resuelven. Y al revés, contribuyen a alimentar la pústula.

Las palabras no suelen originarse, como quisieran tantos biempensantes, entre la gente más refinada, ni la más culta, ni la más virtuosa. Si uno quisiera conocer los giros en verdad denodados del idioma, no tendría más que ir de visita a la cárcel, que es donde urge acuñar vocablos alcahuetes por razones de estricta supervivencia. Y cuando las palabras nos resultan urgentes no se puede decir que sean baratas, ni cabe derrocharlas con la ligereza de quien busca pasar por desprendido. Las palabras que importan siempre pesan y con frecuencia duelen, comprometen, abruman, como la realidad a la que se refieren, y nada de ello cambia –para bien, cuando menos– si se las sustituye o se las poda por motivos piadosos o decorativos.

Desde muy niños se nos alecciona para restarle peso a las palabras en nombre del buen gusto. Así, cuando mentimos “caray, tía, que atole tan sabroso”, lo que cuenta es mostrar la buena educación que nos han dado, no si estamos diciendo la verdad. Hablamos, a menudo, para dar una imagen de nosotros que no por fuerza es cierta, ni tiene más sustento que las puras palabras empleadas a manera de careta. Son legión quienes viven de decir y gritar lo que no creen, e inclusive lo opuesto a cuanto creen, unas veces por conveniencia cínica y otras del puro miedo a la opinión ajena. Como niños, esperan las sonrisas de mamá y la tía para que todo sea lo que parece.

Hace falta ser cándido, rústico o perverso para asumir que los males del mundo se arreglan a partir de las palabras. No por hablar bonito y quedar bien –esto es, por esforzarse en sonar anodino– va el canalla a dejar de ser quien es, ni por ser redundante con las cortesías aplacará su tirria el envidioso. Lo que en realidad buscan las buenas conciencias al adaptar la lengua a sus complejos es que no se hable de lo que incomoda, aunque exista y resulte intolerable, como sucedería en un pueblo rascuache donde privan la hipocresía y la impostura. Y si algo se menciona, será para adornarse cada quien con algunas palabras predecibles, banales y sedientas de encomios automáticos.

No precede el lenguaje a la realidad, ni se basta para modificarla. Intentar aplicarle ortopedia al idioma es un afán tan vano como prohibirle a un niño que diga palabrotas. La gente habla como habla, y así la conocemos y juzgamos. Hablamos con los ojos, las manos, las caderas, y acaba por notarse si fingimos. De poco servirá que un puñado de bobos puritanos pretendan educarnos como autómatas; sólo cuando la realidad sea diferente podrá seguirla el habla, tal como es su costumbre.

Este artículo fue publicado en Milenio el 21 de mayo 2022, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s