Mi amiga la becaria

Hay dineros que resultan incómodos, ya sea porque no crees habértelos ganado o porque temes que te comprometan. Suele uno mirar por encima del hombro a quienes considera vividores, le asusta que haya tipos de cincuenta años que no tienen empacho en vivir a costillas de sus padres o suegros, así sean estos ricos y lo hagan por su gusto. Algo queda a deber quien estira la mano a cambio de nada, y aunque seguramente no habrá quien se lo cobre seguirá estando en deuda consigo mismo, porque la desvergüenza suele vivir de espaldas a la dignidad y hay dádivas que te hacen cucaracha.

Tenía yo veinte años cuando hice mi primer intento de novela. Mi papá, entusiasmado tras haberla leído y no encontrarla digna del basurero, ofreció respaldar con sus ahorros mi incipiente carrera literaria, y si bien probé un cierto bienestar al oírlo, no tardé en respingar discretamente por lo que me sonaba a despropósito. ¿Tanto empeño había puesto en desobedecerle para que ahora viniera a patrocinarme? Vamos, me conmovía gozar de su favor, pero necesitaba hacerle comprender que yo hacía todo aquello en contra suya, igual que en su momento él había elegido un destino distinto al de la expectativa familiar. No podía dejar que me ayudara, y menos todavía garantizar que mis futuras líneas serían de su agrado (¡sólo eso nos faltaba!). Tenía que rascarme con mis uñas si no quería ser un bueno para nada.

Un par de veces me rendí a la tentación de solicitar becas del Estado, mismas que para bienestar de mi conciencia no tuve la dudosa suerte de recibir. Así como hay personas que temen a las drogas solamente porque no están seguras de poder controlarlas, habemos unos cuantos respondones a quienes no acomoda el sostén estatal o paternal porque esas canonjías quitan más libertad de la que dan. ¿Pues qué pasa si aquello que hoy aplaude el Estado mañana lo hallará incalificable, o todavía peor: inconveniente? Lo mismo que ocurrió con los ahorros paternos, que fluyeron hacia otras prioridades mientras uno aprendía a nadar sin vejigas.

Hace unos pocos días que una amiga, becaria del Estado, me relató con lujo de amargura el viacrucis por el que ha pasado desde que aquella beca le fue concedida. Renunció entonces al trabajo alimenticio que no le permitía dedicarse de lleno a su proyecto artístico… y más pronto que tarde fue invitada a firmar un documento donde acepta renunciar a la beca, valedero a partir del momento en que la autoridad resuelva cancelarla por probable insolvencia. Lo cual sería menos descorazonador si a la fecha ya hubiera recibido un centavo del apoyo periódico prometido, pero pasan los meses y los becarios siguen con la mano estirada. Varios de ellos son gente no sólo talentosa sino reconocida, cuyo trabajo vale mucho más de lo que en teoría recibirán. ¿Hasta dónde compensa o recompensa al artista recibir un regalo envenenado que en lugar de servirle de apoyo a su proyecto es fuente de zozobra, pasmo e indignidad? ¿Saben los funcionarios del Estado cuánta fe en uno mismo es necesaria para hacer estas cosas por las propias pistolas, y cuán difícil será conservarla si el mecenas le da trato de paria, vividor, sinvergüenza? Da igual si no lo saben, para salud espiritual de todos la creación artística no ha sido ni será problema suyo.

Como profesional de la escritura, creo poco en las becas y nada en el Estado. Ya sé que ese dinero sale de mis impuestos, pero si pago impuestos es porque participo del mercado y no estoy obligado a quedar bien con nadie, ni me engaño creyendo que el favor del Estado o los ancestros se compara con el de los lectores. Me conmueve, sin duda, el caso de mi amiga la becaria, aunque abrigo en el fondo la esperanza de que triunfe en lo suyo sin tener un carajo qué agradecer. Porque uno hace estas cosas para ser más libre y ese lujo no hay cómo sustituirlo. 

Este artículo fue publicado en Milenio el 27 de noviembre 2021, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Foto:

https://www.mundodeportivo.com/uncomo/educacion/articulo/como-escribir-una-biografia-corta-74.html

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