Hay defectos que la ignorancia hace creer virtudes, y es justamente el caso de la necedad. Como no todo el mundo parece saberlo, “necio” no es el porfiado sino el bruto. El paleto que ignora lo que debe saber y todavía se jacta de sabihondo. Alguien que nada aprende de sus errores, de modo que persiste en cometerlos en la certeza ufana de que son aciertos. Pero no todo es cosa de opinión, ni el precio del error es siempre relativo. Una cosa es que no quiera uno verlo, otra que no lo tenga que pagar.
Y si la necedad tiene su precio, luego entonces podrá medirse en números. ¿Cuánto tiempo y dinero han de desperdiciar los necios redomados antes de aceptar que se equivocaron, si es que alguna vez lo hacen? Hay por supuesto cifras estratosféricas, de pronto sintomáticas del cretinismo propio de estos tiempos, como los espectaculares 14 ceros que ha perdido el bolívar venezolano en 13 años de necedad a prueba de hecatombes. Ante la peliaguda gimnasia mental que invitan a hacer todos esos ceros, digamos que un recién estrenado “bolívar digital” equivaldría a 100 billones de bolívares del año 2008. Es decir, 100 millones de millones. A hundred trillion. Números que quizá parecerán ridículos, pero aún hacen falta para darse una idea de la clase de necedad que los hizo posibles.
Difícilmente habla uno de billones sin hacer suya cierta fantasía y salpicar la cosa de irrealidad. Saltemos, pues, al otro lado de la barda. Quienes hasta anteayer recibían el salario mínimo —aproximadamente 10 millones de “bolívares soberanos”— habrán ganado, al fin del mes de octubre, la cantidad de 10 “bolívares digitales”. Algo menos de dos dólares y medio, con ceros o sin ellos. Casi 50 pesos mexicanos por un mes de trabajo. ¿Quién no ganaría más extendiendo la mano afuera de una iglesia? Con un ingreso a tal grado paupérrimo, queda la alternativa de hacerse criminal o limosnero a cargo del Estado. Un Estado tan necio que por lo visto es ciego —patológicamente, se diría— al estado que guardan sus asuntos.
No es raro que quien tiene malos números recurra a las palabras engoladas para disimularlos, o relativizarlos, o atribuirlos a ciertos pérfidos enemigos (sin los cuales, se entiende, todo sería distinto). No alcanza a imaginar el embustero cuán irrisoria suena su palabrería —y cursi, para colmo— a los oídos de quien ya vio los números y éstos no solamente son elocuentes, sino de hecho indignantes y muy probablemente criminales. Ahí está, en cualquier caso, el derrotero de los 14 dígitos perdidos: en 2008, el gobierno chavista le redujo tres ceros al bolívar y lo rebautizó como “fuerte”, solo para 10 años más tarde arrebatarle cinco ceros más y colgarle el pomposo mote de “soberano”. Números crudos, palabras brillosas. Para septiembre de 2021, hacían falta más de cuatro millones de esos tristes bolívares, tan soberanos ellos, para comprar un dólar. Y un dólar, recordemos, equivale a 10 días de salario mínimo.
Quienes hemos vivido la pérdida de tres ceros en la moneda tenemos la memoria un tanto desfasada y hemos de hacer maromas aritméticas para establecer ciertas equivalencias entre los pesos de antes y los de hoy (un quehacer, a todo esto, recurrente entre quienes escribimos ficción). Once ceros perdidos en apenas tres años, con tamaños niveles de empobrecimiento, supone un extravío y una confusión que dejarán a los necesitados —y a los menos versados en hacer cuentas, así como a la gente de mayor edad— aún más a la intemperie de las circunstancias, y a expensas del Estado que hacia allá los llevó, en su necedad.
“Todo importe monetario se dividirá entre un millón”, reza el comunicado oficial, y le llama “hito histórico” a lo que explica como “una escala monetaria más sencilla” (divisiones millonarias aparte) que hará “inexpugnable” la independencia del país frente a sus agresores. En síntesis: hemos sido unos necios de campeonato y estamos orgullosos de seguir siéndolo, no faltaba más.
Este artículo fue publicado en Milenio el 02 de octubre 2021, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.
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