El «Pfizercrucis»

Te lo dejaron claro afuera del estadio: “Tendrías que buscar por tu cuenta la segunda vacuna de pfizer, porque están muy escasas y eres rezagado”, pero de todas formas la quisiste, con tal de no alargar más el rezago. Y hoy que ha llegado el día y encontraste dónde, las circunstancias son harto distintas. Ya no estás en Ciudad Universitaria, con todo aquel espacio oxigenado y esa organización irreprochable, sino en el Deportivo Xochimilco, donde no hay otro espacio que las calles ni más logística que el sálvese-quien-pueda.

Es casi mediodía y no parece que esto sea un picnic. La fila avanza relativamente rápido, solo que a simple vista abarca varias cuadras. Quienes han alcanzado la acera del Deportivo son urgidos a gritos a pegar la carrera hacia la entrada. “Corriendo, corriendo”, repiten sin cesar los… ¿empleados, edecanes, achichincles? Están por todos lados, y no bien te ves cerca de la meta descubres que la fila no atraviesa la calle en esa dirección, sino que tuerce en otra diferente y se alarga sin fin en lontananza. No sin candor calculas que son ocho o diez cuadras las que habrá que avanzar antes de finalmente cruzar al otro lado y retacharse.

No siempre avanza rápido la fila. De pronto se detiene un cuarto de hora, entre la gritería de los vendedores de golosinas, refrescos, plumas y formatos de vacunación. Pero eso es poca cosa frente al bocinón que desde la cajuela de un coche estacionado a tres metros de ti restriega a alto volumen la misma cantaleta. Podrido de escuchar hasta la náusea las bondades de la Óptica Lomiva, adviertes que el forzado locutor emplea el mismo entusiasmo al destacar los puntos de venta que para subrayar la ubicación de la óptica: “¡Frente a Funerales Alooonso!”. Ya ni llorar es bueno, se dice en estos casos.

Dicen que la esperanza muere al último, solo que no es su muerte sino sus estertores lo que nos acongoja. Conforme avanzas tres, diez, veinte cuadras en fila, te vas haciendo uno con la angustia imperante. Más que organizar nada, la gente que en teoría pone el orden se conforma con arrear a la masa, mediante directrices que darían risa si no fueran groseras, insensibles y estúpidas. “¡Péguense hacia adelante, que no se les metan!”, insisten unos y otras. ¿Y la “sana distancia” sería lo de menos? “¡Corriendo y rebasando! ¡Si se les cuelan es por culpa suya!”, gritan lo mismo a jóvenes que a viejos, cual si se dirigieran a presidiarios. Curiosa idea de organización: quienes cuidan la fila piden a los de atrás que rebasen a los de adelante.

Hay gente muy mayor pujando y resoplando, pero eso no parece motivo de inquietud. Que caminen, total, y de una vez que corran. Según marca el sensor de tu reloj, llevas andados casi cinco kilómetros y el trecho hacia adelante no para de extenderse ante tus ojos. Son decenas y decenas de cuadras tomadas por el caos. Y cuando ya creías que ibas de regreso, brota un nuevo paisaje donde la fila se tuerce otra vez y se extiende hasta donde da la vista. Refinado tormento, hay que decir.

Ya relativamente cerca de la única entrada, imaginas la suerte de quienes van llegando apenas a la cola, pero vuelves la vista y adviertes que dos cuadras atrás de ti la fila se detuvo: hay un gentío en ascuas tras la valla. Ves el reloj, son cerca de las tres de la tarde. Cuando alcances la entrada del Deportivo, habrás andado más de ocho kilómetros. Y más tarde, ya felizmente vacunado, sabrás que casi todos los que venían atrás —miles, en realidad— volvieron a sus casas maltrechos, maltratados, arreados y sin vacuna (a saber cuántos de ellos contagiados, merced a las medidas de inseguridad).

El infierno tendría que ser eso: un camino tortuoso e infinito que va hacia ningún lado, mientras tus esperanzas agonizan sin que a nadie le importe.

Este artículo fue publicado en Milenio el 28 de agosto de 2021, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Foto:

https://elpais.com/mexico/2020-12-12/mexico-se-convierte-en-el-primer-pais-de-latinoamerica-en-aprobar-la-vacuna-pfizer.html

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