¿Quién no conoció cuando menos a una víctima fatal del covid-19? Sé que me quedo corto, pues en últimas fechas apenas se habla de otra cosa y cada día son más los muertos conocidos. Amigos, compañeros, familiares, gente que estaba aquí hace algunas semanas y en unos pocos días la vida se les fue. Supongo que es atroz parafrasear a Dylan y preguntarse cuántos han de morir antes de que el país caiga en la cuenta de la emergencia lúgubre que tenemos encima.
Por lo pronto, sabemos que son tres de cada mil los mexicanos muertos hasta hoy. Algo así como 385 mil, multiplicando las cifras oficiales por 2.6 de la evidencia en el total de defunciones. Solamente entre martes y viernes de esta semana hubo un promedio diario de mil 591 muertos; multipliquemos ahora por 2.6 y serán 4 mil 137. Más de 16 mil 500 de esas pérdidas que solemos llamar “irreparables” en menos de 100 horas. ¿Qué decir de un país donde mueren 170 personas por hora y el tema dominante es la política?
Cierto es que la política tiene gran importancia en el trance de negociar y conciliar posturas opuestas para hacer más factible la convivencia, pero ocurre que hay quienes la encuentran más propicia para sembrar encono y conquistar poder, y si ello es alarmante en días de bonanza, parece infamia en tiempos de pandemia. Quiero decir que bastan 10 días como estos para igualar el número de víctimas fatales del terremoto del 85, y si mal no recuerdo el luto en mi ciudad fue entonces espontáneo, forzoso, ineludible y muy prolongado. Habíamos visto el rostro de la muerte y no estaban las cosas para dejarse entretener por fruslerías. Si ha de pecar uno de impertinente, que sea en cualquier parte menos en un sepelio.
Se dice que los bombardeos de la Luftwaffe de Hermann Göring dejaron algo más de 60 mil muertos en toda Gran Bretaña, entre 1941 y 1943. Una suma sin duda catastrófica, equivalente apenas a 15 por ciento de nuestros muertos por covid-19. ¿Cómo ignorar números semejantes, ahí donde políticos metidos a doctores mandan sobre doctores metidos a políticos, de modo que la ciencia, y con ella la vida, no parece contarse entre las prioridades de quienes tanto suelen cortejar al pueblo? Solamente que el pueblo hoy tiene rostro, y no es precisamente de alegría. Tres veces por minuto hay ocasión de un nuevo duelo solo en el territorio nacional. Por no hablar del enorme reparto de miseria que esta calamidad está significando.
Mucho hemos cacareado la solidaridad del mexicano en los desastres, si bien no menos proverbial resulta la tendencia de algunos a la rapiña. Tal como unos ayudan y comparten hasta lo que no tienen con los damnificados, otros sacan ventaja de la situación y hacen su agosto a costa del sufrimiento ajeno. Verdad es que estos últimos solían emplear alguna discreción, así fuera nomás por evitarse la inconveniencia de un linchamiento. Solo que a estas alturas del horror queda apenas lugar para el disimulo. Estamos en mitad de la desgracia sanitaria más grande en la historia de este país, mueren hoy más personas en promedio que en los momentos álgidos de la Revolución.
No es opción esconderse ni llamarse a sorpresa. Hay demasiados ojos y oídos en suspenso y alerta, ninguna autoridad en teoría responsable que ignore, menosprecie u oculte el dolor, la zozobra y el duelo de los otros pasará inadvertida. Se hizo tarde para buscar adeptos y amarrar posiciones de poder. Estemos donde estemos, nos ha tocado el centro del moridero. Hoy somos todos deudos, vivimos la orfandad y el desamparo como una recurrencia enloquecida que apenas nos da tiempo y cabeza para pagar tributo en la conciencia a quienes van sumándose a la lista. Son todos nuestros muertos, y estamos muy cansados de tanta impertinencia.
Este artículo fue publicado en Milenio el 23 de enero de 2021, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.
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