Esas cifras analgésicas

Ahora que casi nadie sabe nada de lo que está pasando, medio mundo nos habla de sus números. Van y vienen las cifras y las gráficas, seguidas por lecturas diferentes, cuando no diametralmente opuestas, según las convicciones de cada quien. Pues no se trata ya de buscar la verdad, como de retorcerla hasta que se acomode a las expectativas del interesado. Nada del otro mundo, si maneja uno las operaciones aritméticas fundamentales y se da el tiempo para resaltar todo cuanto parezca dar por buenas sus creencias preexistentes.

Ocurre en todas partes. Ya sea el marchante tramposo que infla las cuentas siempre a su favor o el científico turbio que tuerce porcentajes para que estos parezcan apoyarle, uno queda a merced de los que hacen las cuentas porque se ve obligado a jugar con sus reglas y supuestos, como el público atónito del merolico. Recuerdo que una vez, en tiempos escolares, un profesor de Física planteó en el pizarrón un teorema algebraico mediante el cual demostraba que uno era igual a cero. Tras reírse de nuestros estupores, el hombre procedió a revelarnos la trampa: había dividido dos cifras entre cero, cosa no autorizada por las reglas del álgebra. Supe desde ese día que quien es elocuente con los números tiene el poder de convencerte de cualquier aberración. Puesto que son sus números, luego entonces también sus resultados y tendrías que sudar para contradecirle.

Cierto que hay cifras de por sí elocuentes, tanto que haría falta mucha jiribilla para hacerlas decir algo distinto, pero hay gente dispuesta a creer lo que sea por no dudar de lo que le acomoda. Si de por sí los números son ricos en virtudes analgésicas —por cuanto su naturaleza abstracta nos distrae, al tiempo que nos da una tramposa sensación de control— no es extraño que muchos los utilicen para quitarse el miedo a lo inminente o justificar lo injustificable. ¿No es verdad que duerme uno más contento si en la cuenta del total de sus deudas omite los impuestos o la renta pendiente con algún argumento sacado de la manga? ¿Y cómo no va a alcanzarme el dinero, si cancelé los gastos concernientes a médicos, dentistas y mecánicos? Hay números que son como pomadas: los aplicamos donde más nos duele.

El problema es que la mejor pomada no puede hacer gran cosa contra una metástasis y quien insista en ese tratamiento estará abandonándose a la muerte. No hace falta ser médico para saberlo, pero sobra la gente que cada día se suicida un poco en nombre de certezas tan estúpidas como los alegatos que las acompañan. Ahora bien, el problema no es quiénes se equivocan, sino a quién se le puede aún creer, a estas alturas de la desesperanza. Si me preguntan, no sé adónde voltear. Miro hacia atrás y encuentro hileras de cifras y pronósticos que hoy sabemos erróneos, y en cuanto a los actuales no hay la menor certeza de que sean confiables. ¿Y cómo, si no son ni verosímiles?

Muy lejos de explicarme cómo es que hoy, cuando los números de muertos y contagios por covid-19 en México son más altos que nunca, la gente está de vuelta en calles y comercios, rebusco entre los números y no encuentro uno solo capaz de dar alivio a quienes albergamos temores no menos desmesurados que las cifras de infectados y muertos a la fecha. Si, como se jactaba Stalin, multitudes de muertos no son tragedia sino mera estadística, no estaría de más darle un poco de cuerpo a nuestros números. Solamente las más de 34 mil personas que oficialmente han muerto por coronavirus en nuestro país pesarían en conjunto algo así como 2 mil toneladas. ¿Sería esta una cifra lo bastante dramática para mirar de frente la catástrofe, o vale más hacer cuentas alegres y dejar todo en sumas, restas y porcentajes? ¿Cuánto pesa el dolor de tanta gente? ¿Cuántas sumas y restas harán falta para ver el tamaño de esta hecatombe?

Este artículo fue publicado en Milenio el 11 de julio de 2020, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.

Foto:

https://www.lapoliticaonline.com.mx/nota/130016-la-prensa-internacional-cuestiona-las-cifras-de-lopez-gatell/

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