Hay quienes creen que labran su prestigio a fuerza de ensalzar héroes desprestigiados. Es el caso de Alberto Garzón, que a sus 34 años se estrena como titular del Ministerio de Consumo del gobierno español y se dice llamado a “defender los valores y principios de Fidel Castro”. Afirmación curiosa en un hombre tan joven que vino al mundo cuando su paladín llevaba la friolera de 27 añitos en el poder. Poco, tal vez, si se compara con el casi medio siglo que ostentó la totalidad de sus cargos, o los 61 años que su régimen férreo lleva en pie.
No está de sobra hacer algunos números. Castro llegó al poder a los 32 años y no dejó de ser el mandamás hasta el día de su muerte, cumplidos los 90. Si un cubano contaba 19 inviernos en el mero principio de la dictadura, este año irá llegando a la ochentena. En su vida de adulto no conoció ningún otro gobierno, y tampoco otra forma de pensamiento. Supongamos ahora, para mejor calar el despropósito, que el tal generalísimo, quien se hizo dictador con 45 años y murió cerca de los 83, hubiera disfrutado de un período tan largo como el de su supuesto antípoda cubano… ¿Qué le habría parecido al ministro Garzón que todavía en vísperas del año dos mil siguiera España en manos de los falangistas? ¿Cómo le sonaría un pinochetismo en el poder hasta el año 2034?
Claro que el tiempo no siempre lo es todo. Cuando Alberto Garzón habla de los “valores y principios” del castrismo, vale asumir que en ese saco caben todos aquéllos que dieron vida al más longevo e incontestable de los Estados policiales en la historia del continente americano. Segregación, encierro o paredón para quienes no piensan como el autócrata, ya sea porque se van de la lengua o porque no repiten las consignas debidas con la constancia y la energía esperadas. Ejércitos de espías y soplones alertas a cualquier voz discordante, amén de hordas de adultos o hasta niños entrenados para humillar y estigmatizar a los distintos mediante espeluznantes actos de repudio. Campos de reeducación y adoctrinamiento para disidentes, homosexuales y remisos reales o potenciales. Estudiantes echados de las escuelas y universidades, no pocas veces a media adolescencia, por el menor desvío de la ortodoxia. El imperio del miedo y la delación. ¿Cuáles son los valores-y-principios que sostienen tamaños esperpentos, y a los cuales hoy toca “defender”?
El ministro Garzón no alberga dudas, y si acaso las tiene ha sabido esconderlas con esmero de cura. Se le ve, en una foto de su cuenta de Twitter, vestir orondamente una chamarra con el logo de la Alemania soviética, donde por cuatro décadas se aplicaron los mismos lineamientos que hasta la fecha encuentra ponderables, acaso porque es parte del poder y aspira a estar entre los gerifaltes que eventualmente apliquen sus ideas al gran rebaño de sus conciudadanos. Sólo que en ese mundo no hay ciudadanos, sino exclusivamente “compañeros”, y se sabe que pese a la tan cacareada igualdad, siempre habrá algunos más compañeros que otros. ¿O es que estaría de acuerdo nuestro ministro —para quien las costumbres del comprador cubano son el único ejemplo válido de consumo— en dejar que el Estado saqueador le arrebate el 95% de su sueldo, como sucede bajo la bota castrista? ¿Qué pensará Garzón del esclavismo a que su amado régimen somete a los doctores que exporta y regentea igual que presidiarios?
Tildan los españoles de “casposos” a quienes aún ahora suspiran por aquellos valores y principios que enarbolara el general Franco, profundamente afines a los del comandante Castro, por más que la etiqueta grite lo contrario. Es seguro que al ministro Garzón le gusta que lo llamen “progresista”, como también le habrá gustado a Stalin, pero visto desde el siglo XXI difícilmente pasa de casposo. Un casposo tan rancio, rígido y ensimismado como los que un día fueron monaguillos de Franco: cómicos aspirantes a verdugos, vejestorios de pantalones cortos.
Este artículo fue publicado en Milenio el 11 de enero de 2020, agradecemos a Xavier Velasco su autorización para publicarlo en MEX APPEAL.
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