Para los que me conocen, saben que me gusta armar rompecabezas. No lo hago seguido, lo hago por ahí de 1 ó 2 veces al año. Probablemente cuando estoy intentando resolver algún enigma de la vida. Siempre que compro uno me entra una emoción pero al mismo tiempo sé que me va a meter una revolcada mental y emocional esa cajita llena de piezas sin armar.
Esta vez decidí salir de las rutinarias obras de Kandinski y opté por una vista de Santorini. Todas mis cosas favoritas: el mar, un atardecer, olivos, terrazas, blanco, pueblito lindo. Y así empecé el camino, con 1,000 piezas de frente una vista espectacular y la emoción de principiante.
Como siempre no lo vi tan complicado, pero a la hora de estar armando el contorno me di cuenta que este rompecabezas literal me iba a romper la cabeza. Y así ha sido. Pero voy a buen paso recordando que con que ponga una pieza estoy del otro lado y así de pieza en pieza llevo ⅓ de la imagen final.
Con cada rompecabezas que armo aprendo algo diferente y con este me llevo lecciones de tiempos divinos y estar en el lugar y tiempo correcto. Esto lo aprendo con piezas que a veces pruebo en un lugar y no quedan. Luego acomodo la pieza de a lado y lo vuelvo a intentar y resulta que cabe perfecto. Siempre iba ahí, pero necesitaba que llegara la pieza vecina para entrar perfecto y tomar su lugar final. Por otro lado, hay piezas que parecen ser perfectas, hasta caben, pero están ligeramente inclinadas y te das cuenta que ese no es su lugar por más que aparentan ser de ahí. Hay piezas que se encuentran solitas y están juntas desde el principio sin saber dónde van pero ahí tienes la parejita feliz flotando hasta que las acomodas.
Por otro lado, hay espacios que se quedan vacíos por varios días. Me siento mal pensando que la pobre pieza que falta está por ahí perdida, como uno cuando no alcanza a llegar a alguna meta, pero cuando la encuentro y la acomodo me doy cuenta que no se perdió de nada, simplemente llegó un poco después, pero ya que llega se integra perfecto. A veces pasa lo imposible, buscas entre las 1,000 piezas con una pieza en mente y la encuentras entre un mar de posibilidades, casi como si saltara hacia ti.
Y así es como me doy cuenta que a veces no nos toca algo y por eso no se da aunque pareciera ser perfecto. A veces las cosas no se dan hasta que se acomoda algo más para que fluya todo perfecto. A veces tenemos la suerte de encontrar justo lo que buscamos y otras estamos perdidos un buen rato. Pero al final la imagen queda completa.
A veces somos una pieza y otros el que arma. Y al final del día lo que necesitamos es tener paciencia y sobre todo fe. Confiar en que estarán todas las piezas.
Saludos de rompecabeza,
La Citadina.